Blogia
__G N O T H I__S A U T O N__

gnosis-6-

Gnosis-6-

Gnosis, gnósticos y gnosticismo. -VI-
El valentinismo es la más importante de las corrientes
gnósticas, la gnosis por excelencia, si bien nunca constituyó
una secta o iglesia aparte, ya que se mantuvo siempre en el
seno de la comunidad ortodoxa. Su difusión se produjo por
Oriente y Occidente hasta alcanzar el valle del Ródano y el Norte
de África, pero a pesar de su proliferación conservó una gran
unidad doctrinal. En primer lugar, los valentinianos aceptaban el
canon ecuménico del Nuevo Testamento y no solían alterar el
texto recibido. Respecto al Antiguo Testamento, su actitud era
muy matizada pues no lo rechazaban al modo de Marción pero
lo recibían con distingos, como puede verse en la Epístola a
Flora de Ptolomeo. El sistema filosófico valentiniano es de
inspiración inconfundiblemente platónica media. Las
características de su doctrina son fundamentalmente las
siguientes: concepción radical de la gnosis, sintetizada en
Excerpta ex Theodoto, al afirmar que sólo la gnosis salva;
enseñanza de la distinción entre el Dios supremo y el Creador;
defiensa de la doctrina de las tres naturalezas humanas; y
gusto por utilizar en toda la gama especulativa una
pormenorizada simbología sexual. Los maestros del
valentinismo fueron Valentino, Ptolomeo, Heracleón, Florino,
Secundo, Teódoto, Axiónico, Marcos y Berdesanes.
Valentino nació en Egipto y, según Clemente de Alejandría, fue
discípulo de Teudas, quien lo fue a su vez de Pablo. Pasó a
Roma bajo el pontificado de Higinio (136-140) y parece que
durante el pontificado de Pío (140-155) y Aniceto (155-166)
Valentino era ya un maestro reconocido. Murió en Chipre. Los
valentinianos, como Platón y Aristóteles, tenían un lenguaje para
el público en general y otro para los iniciados de la escuela.
Aunque su doctrina exotérica se adaptaba a la regla de fe de la
Iglesia episcopal, San Ireneo denunció como heterodoxos los
escritos internos de la escuela. Sobre sus obras se conocen
los títulos de algunos de sus escritos: Carta a Agatópodo, Carta
a unos desconocidos, y algunas homilías, una de las cuales se
titula Acerca de los amigos. Clemente de Alejandría reproduce
breves pasajes de estos escritos y San Hipólito transcribe un
salmo de Valentino. El sistema de Valentino está construido en
función del concepto platónico de un doble mundo: uno
superior, trascendente e invisible, y otro inferior, terreno y
sensible, que es una pálida imagen del primero. A esto hay que
añadir su preocupación típicamente gnóstica por explicar el
origen del mal y conseguir la salvación. Todo ello desarrollado
en forma de una complicada cosmogonía dualista en la que las
cosas se van derivando unas de otras en forma de syzygías o
parejas de eones.
El valentinismo, según San Hipólito y Tertuliano, se dividió en
dos ramas: la itálica y la oriental. A la primera pertenecen
Ptolomeo, Heracleón, Secundo y Florino. A la oriental se
adscriben Teodoto, Axiónico y, probablemente, Marcos. Sobre
los autores pertenecientes a la rama itálica hay que decir que
no existen datos biográficos sobre Ptolomeo, el principal
discípulo de Valentino, quien debió de vivir en Roma en torno a
160. San Justino hace mención de un Ptolomeo como maestro
cristiano que sufrió martirio en Roma, pero no consta que se
trate de la misma persona. De hecho, Ptolomeo vivió en
comunión con la Iglesia, pues en ninguna parte consta su
excomunión, como sí consta la de Marción. San Ireneo desvela
la gnosis ptolomeana con todo detalle en su libro I, en donde
reproduce literalmente un comentario de Ptolomeo al prólogo
del Evangelio de Juan y Epifanio ha conservado el texto íntegro
de la Carta a Flora, escrito exotérico del valentinismo. De
Heracleón se sabe que fue llamado por Clemente de Alejandría
"el más ilustre representante de la escuela de Valentino" y cita
un comentario de Heracleón a Mateo 10, 32, o Lucas 12, 8-9.
Orígenes insinúa que alternó con el maestro y cita muchos
pasajes de su Comentario al Evangelio de Juan. San Ireneo se
limita a mencionar su nombre. De Secundo no hay más que
una breve noticia doctrinal de San Ireneo, reproducida por San
Hipólito, quien lo sitúa próximo a Ptolomeo. Florino, por su
parte, fue un valentiniano que procedente de Asia Menor,
probablemente de Esmirna, donde había sido discípulo de
Policarpo, y llegó a ser presbítero de la Iglesia de Roma.
Eusebio de Cesárea dice que San Ireneo escribió una Carta a
Florino acerca de la monarquía, o Que Dios no es el autor de
los males, y un Tratado sobre la Ogdóada.
Con los valentinianos de la rama oriental ocurre algo parecido
respecto a la carencia de información. Todo lo que se sabe de
Teódoto es su existencia, por la mención que de él hizo
Clemente de Alejandría al publicar la colección de Extractos de
las obras de Teódoto y por la escuela llamada "oriental" en la
época de Valentino. Ni San Ireneo ni San Hipólito lo mencionan.
En cambio, San Hipólito sí menciona a Axiónico en la Refutatio y
Tertuliano en su tratado Adversus Valentinianos. Este último le
hace antioqueno y contemporáneo suyo, lo que le sitúa algo
más tarde del año 200. De Marcos sólo San Ireneo es la fuente
de información. Marcos enseñó en el Asia Proconsular y parece
que estuvo en contacto con medios siríacos. Su proximidad a la
teología de los Extractos de Teódoto invita a adscribirlo a la
escuela valentiniana oriental. San Ireneo le achaca la práctica
abusiva de artes mágicas. Los discípulos de Marcos recalaron
en el valle del Ródano.
Otro valentiniano del siglo II de imposible clasificación es
Teotino, mencionado por Tertuliano. También San Hipólito
reseña ampliamente la teología de un anónimo valentiniano
bastante apartado del común sentir de la escuela, y Epifanio
reproduce parte de una Epístola dogmática valentiniana, sin
nombrar a sus autores. Entre los escritos de Nag-Hammadi se
considera perteneciente al valentinismo del siglo II el Evangelio
de Verdad. Algo más tardío sería el Evangelio de Felipe.
Los llamados por San Hipólito "gnosticoí" se caracterizan por
tener un pensamiento teológico muy próximo al de los
valentinianos y una gran familiaridad con la mitología griega y
los misterios helenísticos, así como por hacer uso del Antiguo
Testamento, aunque su doctrina sea netamente
neotestamentaria, y por la ausencia de entidades divinas
femeninas.
Los docetas son unos gnósticos sobre los que informa San
Hipólito en el libro VIII de su Refutatio; admitían el cuerpo hílico y
carnal de Jesús, y su especulación se halla próxima a la de los
setianos, aunque no puede decirse de ellos que se basen en
una exégesis del Génesis al hacerse patente en su doctrina el
trasfondo neotestamentario.
Carpócrates fue un alejandrino contemporáneo de Valentino
conocido casi únicamente por una información de San Ireneo.
Celso dice conocer a unos "carpocracianos discípulos de
Salomé", Hegesipo menciona a Carpócrates entre la segunda
generación de herejes, Clemente de Alejandría menciona
también a su padre Carpócrates y a su madre Alexandría, y San
Ireneo cuenta que una tal Marcelina, discípula de Carpócrates,
causó estragos en la Iglesia de Roma en tiempos de Aniceto
(154-156). El carpocratismo aparece como una amalgama de
platonismo y cristianismo superficial. Según Carpócrates, en la
cumbre de todos los seres está el Padre ingénito y
desconocido. Los creadores del mundo fueron los ángeles y el
Yahvé del Antiguo Testamento. Para libertar a los hombres de
su dominio tiránico, el Padre desconocido envió a Jesús, el cual
nació de José y María, pero conservó la reminiscencia de lo que
había contemplado en su existencia anterior. Por esto se elevó
por encima de todos los hombres, a quienes enseñó a
libertarse de los poderes dominadores del mundo mediante el
desprecio a la ley de los judíos. Todo el que imite a Jesús
puede llegar a adquirir grandes virtudes y ser igual o superior a
los apóstoles Pedro y Pablo.
Un hijo de Carpócrates llamado Epífanes, que murió a los
diecisiete años en Cefalonia en olor de divinidad, y a quien los
cefalonios consagraron un templo en Same, escribió una obra
titulada La Justicia, que estaba más en la línea utópica de
algunos estoicos y cínicos que en la línea del gnosticismo. En
ella defendía el amor libre, el comunismo de bienes y de
mujeres, el desenfreno de todas las pasiones y la igualdad del
derecho para participar de todos los bienes, especialmente de
los placeres.
Taciano fue originario de Siria; se convirtió al cristianismo en
Roma, bajo el influjo de San Justino (entre 150 y 165), y hacia
172 regresó a su país natal. Se conservan su Oratio ad Graecos
y fragmentos de su famoso Diatéssaron. Según San Ireneo, fue
el principal maestro de los encratitas, aunque con influjos
valentinianos. Clemente de Alejandría refutó su obra La
perfección según el Salvador, en la que Taciano condenaba el
matrimonio.
Según testimonio de San Ireneo, Cerdón llegó a Roma durante
el pontificado de Higinio (136-140). Según el testimonio de
Epifanio era de origen sirio. San Hipólito y Tertuliano lo hacen
maestro de Marción. Según Tertuliano, Cerdón enseñaba la
doctrina gnóstica común de la distinción entre el Dios supremo
y el Dios creador, rechazaba la ley de Moisés y las profecías y
sólo aceptaba parte del evangelio de Lucas y algunas epístolas
de Pablo. Para Cerdón, Cristo era hijo del Dios bueno; no nació
de una virgen, sino que vino al mundo con un cuerpo aparente.
Admitía la inmortalidad del alma, pero no la resurrección del
cuerpo.
Marción fue natural de Sínope, en la costa del Ponto Euxino, y
armador de navíos de profesión. Llegó a la capital del Imperio
hacia 140, bien provisto de dinero gracias a su próspero
negocio. Pronto su enseñanza se hizo sospechosa y fue
excomulgado. Gracias a sus posibilidades económicas pudo
fundar una iglesia bien dotada de clero que subsistió hasta
entrado el siglo V y, quizás, hasta más adelante. Aunque la
doctrina de Marción no reúne todas las condiciones para ser
considerada dentro del gnosticismo, todos los heresiólogos la
incluyen unánimemente en esta corriente. Marción llevó a Roma
su propio canon del Nuevo Testamento: El Evangelio (de Lucas)
y el Apóstol (Pablo), y compuso además un escrito repudiando
el Antiguo Testamento, titulado Antítesis. Para explicar esa
antítesis entre el Antiguo y Nuevo Testamento, Marción propone
un sistema dualista. Según Marción, desde toda la eternidad
existían dos dioses: uno el supremo, bueno, pacífico y
misericordioso, autor del mundo invisible; y otro, el del Antiguo
Testamento, justiciero, vengativo, cruel, rudo y belicoso. Este
último es el Demiurgo, creador del mundo visible y el legislador
del Antiguo Testamento. No creó la materia, que existía en
estado caótico desde toda la eternidad, sino solamente la
organizó. Pero siendo imperfecto, su imperfección se reflejó en
su obra. Marción despreciaba el mundo visible y hacía resaltar
sus imperfecciones para negar la bondad de su creador. Por el
contrario, la gran obra del Dios supremo es la redención.
El Dios supremo vivía en el mundo invisible y era desconocido,
no sólo de los hombres, sino también del Demiurgo. Pero,
movido por su bondad, envió a su hijo Jesucristo para salvar a
los hombres y libertarlos de la tiranía de la ley del Dios de los
judíos. Jesús no es el hijo ni el enviado del Dios del Antiguo
Testamento, ni se le aplican las profecías mesiánicas. Éstas se
referían a otro Mesías, previsto por el Dios de los judíos, que no
llegó a aparecer. Jesús, para no tomar nada del reino del
creador del mundo, no tuvo cuerpo real, sino sólo aparente; no
nació de la Virgen María, sino que apareció súbitamente en
forma de adulto en la sinagoga de Cafarnaún el año I5 del
reinado de Tiberio; predicó un evangelio de amor, oponiendo su
doctrina a la de los judíos en el sermón de la Montaña;
manifestó su poder divino con milagros; redimió a los hombres
y fue crucificado por los judíos que adoraban a Yahvé;
descendió a los infiernos y sacó a todos los rebeldes del
Antiguo Testamento como Caín, los sodomitas y los egipcios,
pero dejó a todos los que habían sido fieles a Yahvé, como
Abel, Henoc, Noé, Abraham y los profetas. Los apóstoles debían
haber continuado la obra de Jesús, pero, a excepción de San
Pablo, se dejaron influir por el espíritu del judaísmo. La moral
de Marción era muy austera: imponía la abstinencia de carne y
vino, y prescribía la renuncia a los placeres carnales y al
matrimonio, que provenía del mandato "Creced y multiplicaos"
del Dios de los judíos. La salvación que Marción predicaba era
para los que practicaran su doctrina, pero los que no se
adhirieran a ella no serían condenados, ya que Dios es bueno y
misericordioso, sino que serían abandonados hasta el día en
que ellos y toda la obra del Demiurgo fueran consumidos por el
fuego.
El marcionismo se organizó como iglesia separada, con
templos, jerarquía, obispos, culto y sacramentos, entre los
cuales el principal era el bautismo. Su difusión puede
apreciarse por los apologistas que lo combatieron: Policarpo en
Esmirna, San Justino, Felipe de Gortyna en Creta, Dionisio en
Corinto, San Ireneo en Lyón, Clemente en Alejandría, Teófilo en
Antioquía, Tertuliano en Cartago, San Hipólito y Rhodón en
Roma, y Bardesanes en Edesa. Todavía en el siglo V, Teodoreto
de Ciro atestigua haber convertido en su diócesis a más de diez
mil marcionitas. No se conoce nada de los discípulos de
Marción mencionados, como Lucano, Polito, Basilisco, Prepón,
Pitón, Megecio, Marco, Ambrosio, Teodoción, Metrodoro,
Asclepio, Filomeno. El más notable fue Apeles, discípulo de
Marción en Roma, y que, quizás por discrepancias personales,
se trasladó a Alejandría. Escribió una voluminosa obra titulada
Syllogismoi, de la que quedan algunos fragmentos en Ambrosio
de Milán. Su principal divergencia con Marción consistió en
haber abandonado el diteísmo y haber retornado al
monoteísmo. Sólo admitía un Dios, cuyo principal atributo es la
bondad. Este Dios creó el mundo invisible y los ángeles, el
principal de los cuales es el ángel de fuego, creador del mundo
visible, a imitación del mundo superior. Este es el autor del mal
y de la ley judía. Rechazaba las profecías y los milagros del
Antiguo Testamento, calificándolos de fábulas de los judíos.
Cristo habría tomado un cuerpo real, pero no de carne material
sino de la sustancia del mundo superior, o de la materia astral
de los elementos. La redención consistía en libertar las almas
de la carne pecadora y del poder del Dios de los judíos.
Se conoce a Hermógenes a través del tratado de Teófilo de
Antioquía titulado Contra Hermógenes. Se supone que enseñó
en Siria en tiempos del emperador Marco Aurelio, afincándose
luego en Cartago, donde Tertuliano lo conoció y lo acusó de tres
graves desórdenes: ejercer el innoble oficio de pintor, haberse
vuelto a casar y profesar errores dogmáticos. También escribió
Tertuliano un Adversus Hermogenem. Hermógenes sostuvo la
tesis de la eternidad de la materia ex qua de la creación, en
términos platónicos, y la de que el alma procedía de la materia y
no del soplo de Dios. Ambas afirmaciones eran opuestas a la
filosofía gnóstica, sobre todo a la valentiniana, pero a pesar de
ello los heresiólogos consideran a Hermógenes entre los
gnósticos.
Durante los siglos III Y IV, el gnosticismo, sobre todo el
valentinismo, siguió siendo un importante movimiento teológico
en el seno de la Iglesia cristiana, y nunca fue formalmente
condenado por la jerarquía. Durante la segunda mitad del siglo
III, Plotino tuvo intensos contactos con gnósticos cristianos que
acudían a su escuela, contra quienes escribió un tratado.
Epifanio dejó constancia de las actividades de grupos gnósticos
en su tiempo (s. IV) y en su entorno (Siria y Egipto):
valentinianos, basilidianos, marcionitas, setianos, arcónticos y
otros. El gnosticismo de este período desarrolló una intensa
actividad literaria, de la que son buena prueba los escritos de
Nag-Hammadi, cuyos originales pertenecen en su mayoría a
los siglos III Y IV. Algunos de ellos, como el Apocalipsis de
Pedro y el Testimonium Veritatis, reflejan el estado de las
relaciones entre católicos y gnósticos durante el siglo III. A
medida que el endurecimiento de la persecución contra los
herejes fue haciendo difícil la permanencia de grupos gnósticos
en las ciudades del Imperio, el gnosticismo pasó las fronteras y
se refugió en Siria oriental y en el Alto Nilo, principalmente en
los monasterios. Los escritos de Nag-Hammadi hallados en un
monasterio pacomiano podrían representar el gnosticismo
como modo de vivir la fe cristiana de aquellos monjes olvidados
en el desierto.
FIN
Bibliografía.
CHURTON, T.: Los gnósticos, Madrid, 1987.
FERRATER MORA, J.: Diccionario de Filosofía, 4 vols., Madrid:
Alianza Editorial, 1983. FRAILE, G.: Historia de la filosofía, t. II,
Madrid: B. A. C., 1966.
DANIÉLOU, J.: Théologie du judéo-Christianisme, Tournai,
1958.
GARCÍA BAZAN, F.: Gnosis: La esencia del dualismo gnóstico,
Buenos Aires, 1978.
GILSON, E.: La filosofía en la Edad Media, Madrid: Gredos, 1983.
GRANT, R. M.: La gnose et les origines chrétiennes, París, 1964.
HUTIN, S.: Los gnósticos, Buenos Aires, 1964.
IRENEO DE LYON: Contra las herejías. Libro I, en Los
gnósticos, Madrid: Gredos, 1983, pp. 77-150.
LACARRIERE, J.: Les gnostiques, 1973.
MEYEROVITCH, E.: Los manuscritos gnósticos del Alto Egipto,
1959.
MONSERRAT TORRENTS, J.: Introducción general, en Los
gnósticos, Madrid: Gredos, 1983, pp. 7-75.
MONSERRAT TORRENTS, J.: Los evangelios gnósticos.
PIÑERO, A. (Ed.): Fuentes del cristianismo, Madrid: El Almendro,
1993, pp. 455-478.
ORBE, A.: Estudios valentinianos. I: Hacia la primera teología de
la procesión del Verbo; II: En los albores de la exégesis
johannea; III: La Unción del Verbo; IV: La Teología del Espíritu
Santo; V: Los primeros herejes ante la persecución, Roma,
1955-1966.
ORBE, A.: Cristología gnóstica, 2 vols., Madrid: B. A. C., 1976.
PAGELS, E.: Los evangelios gnósticos, Barcelona: Crítica, 1982.
PEÑA, M.: El gnosticismo en el Nuevo Testamento, en Ciencia
Tomista, 23, 1921, pp. 147-187. PETREMENT, S.: Essai sur le
dualisme chez Platon, les Gnostiques et les Manichéens, París,
1947.
PUECH, H. C.: En torno a la Gnosis, I, Madrid: Taurus, 1982.
PUECH, H. C.: El problema del gnosticismo, en Revue de
l’Université de Bruxelles, XXXIX, n. 2, diciembre-enero, y n. 3,
febrero-marzo, 1934-1935, pp.137-158 y pp. 295-314.
PUECH, H. C.: Fenomenología de la Gnosis, en Annuaire du
College de France, 1953-1956.
RIUS CAMPS, J.: El dinamismo trinitario en la divinización de los
seres racionales según Orígenes, Roma: Orientalia Christiana
Analecta, 188, 1970.
SAGNARD, F. M.: La gnose valentinienne et le témoignage de S.
Irénée, 1949.
SODERBER, H.: La religion des Cathares. l’etude sur le
gnosticisme de la basse antiquité et du moyen age, 1949.
 
José Manuel San Baldomero Ucar
 
Enciclopedia Universal Multimedia ©Micronet S.A. 1999/2000