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Gnosis-5-

Gnosis, gnósticos y gnosticismo. -V-
El gnosticismo cristiano del siglo II.
El contexto del gnosticismo cristiano del siglo II.
El contexto de la gnosis cristiana, sobre todo en su escuela
más importante, los valentinianos, era el de las comunidades
cristianas en Alejandría, en Roma, en Lyón o en África.
Heresiólogos como San Ireneo decían que los valentinianos
pregonaban "pensar como nosotros" y "decir las mismas cosas
y sostener las mismas doctrinas", por lo que no querían ser
denominados herejes, sino más bien "eclesiásticos diferentes"
frente a los "eclesiásticos comunes". Según Tertuliano, los
valentinianos afirmaban mantener la fe común y, según
Orígenes, los gnósticos se autodenominaban eclesiásticos. La
teología de los gnósticos, por tanto, se basaba en una exégesis
alegórica del Nuevo Testamento y se ocupaba de las mismas
cuestiones doctrinales que las grandes especulaciones de los
siglos II y III: la Trinidad, la creación, la divinización del hombre,
la redención, el nacimiento virginal, la crucifixión, la Iglesia, el fin
del mundo.
Es a este gnosticismo cristiano del siglo II al que hay que llamar
propiamente gnosticismo si se está de acuerdo con las
categorías historiográficas acordadas en Mesina. Sin embargo,
como ha señalado José Monserrat Torrents, deben tratarse
también otras sectas como los marcionitas y la de
Hermógenes, que, sin cumplir todos los requisitos para ser
declaradas plenamente gnósticas, están tan adheridas al
gnosticismo que no pueden separarse de él sin grave
tergiversación histórica. La razón está en que las fuentes casi
exclusivas para el conocimiento del gnosticismo del siglo II son
los heresiólogos eclesiásticos, es decir, los oponentes de los
gnósticos, como San Ireneo y San Hipólito. El interés que
subyace a su indagación es desvelar el sistema especulativo
anticristiano que se esconde bajo las apariencias de la
ortodoxia, y ello les lleva a prescindir de todo aquello que no
tenga un carácter especulativo y sistemático. Por ello hay que
tener en cuenta que el gnosticismo sistematizado por los
heresiólogos no es todo el gnosticismo, sino sólo su vertiente
especulativa y esotérica.
 
Caracteres del gnosticismo cristiano del siglo II.
Aunque el gnosticismo nazca dentro del contexto eclesial
cristiano, su originalidad está fuera de toda duda. El
cristianismo anterior al concilio de Nicea es doctrinalmente muy
variado. Los obispos impusieron su autoridad en el terreno de
la disciplina eclesiástica, pero en los litigios doctrinales faltó un
criterio seguro de ortodoxia. De ahí que mientras que los
gnósticos se mantuvieron muy próximos a la gran Iglesia en
teología trinitaria, discreparon en doctrinas sobre la creación, el
Antiguo Testamento, la antropología y a la cristología, aunque
dentro del marco de la revelación neotestamentaria. Para ellos
se trataba simplemente de profundizar en el sentido del texto
revelado.
La originalidad de la vía gnóstica depende de dos factores
generales: una profundización en la exégesis
veterotestamentaria, ya iniciada por la gnosis judaica, y una
mayor apertura hacia el helenismo, en particular hacia el
platonismo. Respecto al primer factor, los gnósticos no
enseñaron un rechazo total del Antiguo Testamento, sino que se
mantuvieron equidistantes entre Marción, que lo rechazaba de
lleno, y la Iglesia episcopal, que lo aceptaba como Sagrada
Escritura. Es un hecho que todas las noticias acerca de los
gnósticos presentan citas del Antiguo Testamento, sobre todo
del Génesis, y que los escritos de sectas gnósticas como los
naasenos, peratas, setianos u ofitas están constituidos por
comentarios exegéticos de los primeros capítulos del Génesis.
Incluso en el valentinismo, que se basa en la exégesis del
Nuevo Testamento, hay significativas secciones de
interpretación alegórica del Antiguo. A través de una exégesis
alegórica, inspirada en Filón pero mucho más radical, los
gnósticos veían en el Génesis la generación de las hipóstasis
divinas, la degradación del pneuma, su inserción en el alma del
hombre y la obra del Demiurgo.
El segundo factor que caracteriza el gnosticismo cristiano es el
uso que hace del platonismo, y sobre todo del Timeo de Platón,
como mediación en la exégesis de la Escritura. Desde
mediados del siglo I a.C., la filosofía platónica vuelve a florecer
en el mundo helenístico en estrecha alianza con el
neopitagorismo. Se considera a Antíoco de Ascalona (150-68
a.C.) artífice de este resurgimiento, seguido, en el siglo I d.C.,
por Eudoro y Plutarco. El denominado "platonismo medio" tuvo
su mejor momento en el siglo II con Albino, Apuleyo, Máximo de
Tiro y Numenio de Apamea. La corriente neopitagórica estuvo
representada, principalmente, por Nicómaco de Gerasa y
Moderato de Gades. El influjo del platonismo fue decisivo para
la irrupción en el siglo II de la primera teología cristiana
después del paulinismo. El platonismo cristiano tuvo dos
versiones: la de los apologistas y la de los gnósticos. Ambas
teologías constituyen interpretaciones divergentes de la misma
tradición religiosa. La primera, representada sobre todo por San
Justino, intentó verter el cristianismo en moldes platónicos
respetando la letra de la Escritura cristiana. La segunda,
representada sobre todo por los valentinianos, pretendió
adecuar el dato neotestamentario a una estructura filosófica de
carácter platónico mediante la exégesis alegórica, y logró un
sistema filosófico-teológico completo y consistente,
estructurado sobre los conceptos fundamentales del
platonismo tardío. Este sistema de los valentinianos consistió
en: la defensa de las tres hipóstasis divinas (el Sumo
Trascendente, el Intelecto y el Alma); la interpretación monísta
de los tres principios metafísicos (Dios, forma y materia); la
afirmación de un dualismo cosmológico, consistente en la
radical diferencia entre el mundo superior (Pléroma) y el inferior
(Kénoma), con un espacio intermedio que participa de ambos
(ogdóada, "círculo de los fijos"), y un dualismo antropológico
que no estaba limitado al tema del alma-cuerpo, sino que
incluía también la distinción entre alma superior y alma inferior;
y, finalmente, una cosmogonía, la operación del Demiurgo con
las formas superiores y la intervención de demiurgos inferiores.
Los rótulos gnósticos.
No es posible la clasificación de las llamadas por los
heresiárcas "sectas" o "escuelas" gnósticas tomando como
base los datos históricos, cronológicos o geográficos, dada la
precariedad informativa de las fuentes. Siguiendo a José
Monserrat Torrents, que toma como criterio la actitud ante la
exégesis de los textos sagrados, pueden dividirse las
denominaciones gnósticas cristianas del siglo II en dos
grandes grupos: los que se basan principalmente en una
exégesis del Antiguo Testamento y los que parten sobre todo de
una exégesis del Nuevo Testamento.
En primer lugar están los nombres que se basan en una
exégesis del Antiguo Testamento. Aunque resulta lógico
conectar a este grupo de la exégesis cristiana con la gnosis
judaica no hay un engarce específico y general, sino que dentro
del fenómeno general del paso del judaísmo al cristianismo
cada denominación gnóstica tiene su propio punto de sutura
con el judaísmo, y esto es lo que hay que elucidar en cada caso.
La rama de los satornilianos, mencionados por San Justino en
su Diálogo, fue fundada por Satornilo, que fue discípulo de
Meneandro, enseñó en Antioquía durante el reinado de Adriano
(117-138) y vivió de cerca la revuelta de Bar Kochba y la definitiva
destrucción de Jerusalén (135). Satornilo sostuvo la radical
distinción entre el Dios supremo y el creador, Dios de los
judíos, descrito con trazos muy negativos. Con esto se enfrentó
al judaísmo ortodoxo y a los judeocristianos, uno de cuyos
principales centros fue precisamente Antioquía. La cosmogonía
y la antropogonía satornilianas se basan en una exégesis de
los primeros capítulos del Génesis y su angelología debe
mucho a la apocalíptica. Se conoce su núcleo doctrinal
fundamental por las referencias de San Ireneo y San Hipólito.
Desde toda la eternidad existe el Dios Padre, ser supremo,
incognoscible, inefable, que creó los ángeles, los arcángeles,
las virtudes y las potestades. Uno de estos ángeles es el Yahvé
de los judíos. Frente al reino de Dios está el del demonio, el
cual domina sobre la materia. Los ángeles crearon el mundo
visible y el hombre conforme a una imagen resplandeciente de
Dios. Pero sólo pudieron verla un momento, y por eso realizaron
una obra imperfecta. El hombre hecho por los ángeles era
incapaz de tenerse en pie, y se arrastraba por el suelo como un
gusano. Dios se compadeció, por cuanto que tenía algo de
imagen suya, y le envió una chispa de vida, con lo cual se
perfeccionó, se levantó y comenzó a vivir. Esta chispa divina
retornará a Dios después de la muerte. Los ángeles y Yahvé se
rebelaron contra Dios, el cual, para vencerlos y romper los
vínculos de la ley judía, envió al Salvador (Nous), que tomó un
cuerpo aparente (docetismo). Hay dos clases de hombres, los
buenos y los malos. Los buenos son aquéllos en quienes
existe la centella de vida divina y a quienes vino a salvar el
Salvador, a tiempo que destruía a los malos y a los demonios.
Unas profecías proceden de los ángeles y otras de los
demonios.
Los barbelognósticos son aludidos por San Ireneo, pero
parecen desconocidos para San Hipólito, Clemente de
Alejandría, Orígenes y Tertuliano. Epifanio, Teodoreto y Filastrio
les otorgaron gran importancia. Epifanio, en particular, describe
con morosidad la doctrina y los ritos de unos sectarios
alejandrinos a los que designa gnósticos, entre cuyos grupos
se hallaban los borborianos, los barbelitas y otros. La
inspiración, directa o indirecta, en el Antiguo Testamento y la
irrelevancia de los temas neotestamentarios hacen que los
escritos barbelognósticos sean excelentes testimonios del
grupo de denominaciones gnósticas basadas en una exégesis
del Antiguo Testamento, orientada hacia el cristianismo.
Los ofitas son otro grupo importante. Los heresiólogos revelan
la existencia de sectas cristianas que atribuían a la serpiente
una importante función doctrinal o le rendían culto: los ofitas de
Celso, los (auténticos) ofitas de San Ireneo, los naasenos y los
peratas de San Hipólito, los ofitas del pseudo-Tertuliano, de
Epifanio y de Filastrio. Otras muchas sectas, mencionadas
sobre todo por los heresiólogos del siglo IV en adelante, aluden
a la serpiente sin otorgarle aún una función doctrinal relevante.
Aunque entre ambos grupos la mayoría de las nominaciones
gnósticas de segundo orden hacen un hueco a la serpiente, en
este momento hay que referirse únicamente a los grupos
ofíticos del siglo II. Según se desprende de las noticias
conjuntas de Celso y de Orígenes, los ofitas eran un grupo
gnóstico cristiano cuyo sistema especulativo se basaba en una
interpretación alegórica del Antiguo Testamento, con algunas
contaminaciones valentinianas. Veneraban a la serpiente del
Paraíso por haberse enfrentado con el Dios de la creación
mosaica; su angelología remitía al esoterismo apocalíptico,
especulaban sobre las dos Iglesias (celestial y terrena) y creían
en la resurrección de la carne. Los ofitas, por tanto, podían ser
un grupo alejandrino que profesaba un sincretismo típicamente
egipcio, mezcla de judaísmo, magia y cristianismo, con algún
toque platónico mediatizado quizás por el hermetismo.
Los naasenos tomaron su nombre del hebreo nahas
("serpiente"), y son los más exaltados dentro del ofitismo, ya
que veneran a la serpiente en templos y la ponen como
principio cosmogónico absoluto. Su atributo es el bien y su obra
la belleza. Para describir la operación de la serpiente-bien en el
ser humano, los naasenos recurren a una ingeniosa alegoría
de los cuatro ríos del Paraíso. Relacionaban el "agua sobre el
firmamento" de la que habla el Génesis (1, 2) con el "agua viva"
del Evangelio de Juan (4,10-14) y otros pasajes del mismo
Evangelio, para terminar proclamándose los únicos cristianos.
Se trata pues de una secta rigurosamente cristiana que articula
todavía su especulación en torno al Antiguo Testamento. De
hecho, es el primero de los cuatro grupos reseñados por San
Hipólito en su libro V, y que tienen en común la exégesis de los
primeros capítulos del Génesis.
Los peratas habían sido fundados, según San Hipólito, por
Eufrates el Perata (mencionado por Orígenes en conexión con
los ofitas) y Celbes o Aquembes de Caristios, personaje
desconocido por otras fuentes. El sobrenombre de "perata"
(peratikós) es explicado por el mismo San Hipólito como
derivado de peráo, "rebasar (la corrupción)". San Hipólito
sugiere haber reunido toda una biblioteca perática y cita en
concreto una obra titulada Los alcaides hasta el éter. Los
peratas parten de una exégesis del Antiguo Testamento, cuyos
pasos principales son los primeros versículos del Génesis
(sobre todo, los referentes a las aguas), el paso del Mar Rojo y
la serpiente del desierto, convertida en punto central de su
alegoría cristiana. El sistema es de neto corte platónico medio y
aparece ornamentado con brillantes disquisiciones
astrológicas.
Los setianos son una secta que estudió San Hipólito en su libro
V y que tiene poco que ver con la mencionada por Pseudo-
Tertuliano y Epifanio. El nombre de "setianos" no queda
justificado en la recensión de San Hipólito, por más que incluya
una rápida alusión a la tríada Caín, Abel y Set, y les atribuya una
Paráfrasis de Set; para San Hipólito, los setianos son unos
simples plagiarios de los antiguos teólogos griegos, en
particular de Orfeo. El sistema setiano se basa en una exégesis
alegórica del Pentateuco, con particular énfasis en los pasajes
cosmogónicos del Génesis. Las citas del Nuevo Testamento
son escasas, aunque el carácter cristiano de la secta no deja
lugar a dudas. La serpiente es una alegoría del Demiurgo y
también el disfraz bajo el que el Logos penetra en el seno de la
virgen. Filosóficamente, el documento de los setianos es
ecléctico, inspirado en el dualismo cosmológico-platónico, con
superficiales elementos aristotélicos y estoicos.
Los cainitas o caïanoí son el último grupo al que San Ireneo se
refiere al terminar el repertorio de herejías de su libro I. El
Pseudo-Tertuliano, Epifanio y Filastrio amplían la información
de San Ireneo. Los cainitas representan un caso extremo de
oposición al Dios del Antiguo Testamento. Sin embargo, se
fundan en una exégesis muy peculiar pero literal de la historia
veterotestamentaria. San Ireneo les adscribe un Evangelio de
Judas, y Epifanio un apócrifo paulino.
En segundo lugar están las nominaciones gnósticas basadas
en una exégesis del Nuevo Testamento. Estos grupos se
caracterizan por una dependencia directa de los textos
neotestamentarios. La cosmogonía y la antropogonía derivadas
de la exégesis del Génesis son rebasadas. Los pasajes
neotestamentarios de apoyo son el prólogo del Evangelio de
Juan y la narración del bautismo de Jesús, pero la exégesis
gnóstica cubre prácticamente todos los escritos del Nuevo
Testamento. Teológicamente, el desarrollo de la doctrina
trinitaria supone una diferencia radical respecto a la
especulación judaica. Sus principales representantes son
Basílides, Valentino, Ptolomeo, Heracleón, Florino, Secundo,
Teódoto, Axiónico, Marcos, Bardesanes, Teotino, los gnosticoí,
los docetas, Carpócrates, Epífanes, Taciano, Cerdón, Marción y
Hermógenes.
Basílides fue, según Epifanio, discípulo de Menandro y
condiscípulo de Satornilo en Antioquía. Sin embargo, no se
sabe de ninguna prédica suya fuera de Egipto. Su actividad se
sitúa en el período del emperador Adriano (117-138) y Antonino
Pío (158-161), según la información comúnmente aceptada de
Clemente de Alejandría. Basílides, que se proclamaba discípulo
de Glaucias, que fue a su vez discípulo de Pedro, y que
pretendía disponer de una enseñanza secreta procedente
directamente del apóstol Matías, predicó en Alejandría y en otras
ciudades episcopales del Delta del Nilo, como Atribis y Sais.
Sais había sido un centro religioso importante, donde se
celebraban los misterios de Osiris con una velada nocturna
durante la cual se iluminaban las casas con antorchas. Los
seguidores de Basílides cambiaron pronto la orientación de su
doctrina admitiendo toda clase de especulaciones
cosmológicas y transformaron la intuición del germen
primigenio en un grosero culto espermático.
Sobre sus obras hay que decir que Orígenes, Ambrosio y
Jerónimo le atribuyeron un Evangelio según Basílides. Por
diversos indicios puede deducirse que no se trataba de un
evangelio original, sino de una edición del Evangelio de Lucas
distinta de la utilizada por las Iglesias episcopales. En el siglo II
el Evangelio de Lucas era el más ampliamente aceptado entre
las comunidades cristianas, aunque el texto no era idéntico en
todas partes. Lo que sí escribió Basílides fue un Comentario al
evangelio, en veinticuatro libros. Se trata probablemente de una
explicación de su propia edición de Lucas. Clemente de
Alejandría y Hegemonio reproducen algunos fragmentos de la
obra, que es la primera que se conoce en su género. De los
Salmos u Odas de Basílides mencionados por Orígenes y del
Fragmento Muratoriano no queda absolutamente nada. Su hijo y
discípulo Isidoro compuso por lo menos tres obras, citadas por
Clemente de Alejandría: Comentario al profeta Pascor, Ética y
Sobre el alma adventicia. Sólo se conservan unos breves
pasajes recogidos por Clemente.
La fuente más directa para el conocimiento de la doctrina de
Basílides e Isidoro es precisamente Clemente de Alejandría. En
sus Stromata reproduce algunas citas literales. Además,
Clemente alude a diversas tesis basilidianas y suministra
interesantes noticias sobre la época de la actividad del
heresiarca y sobre la celebración del bautismo de Jesús entre
los fieles de la secta, a lo que cabe añadir dos breves
referencias en los Excerpta ex Theodoto. Orígenes menciona a
Basílides sólo en tres ocasiones, con referencia a su Evangelio
y a la doctrina de la metensomátosis. La recensión de la
"Herejía 24" del Panarion de Epifanio es un pastiche del
Syntagma de San Hipólito y de la exposición ireneana. Las
recesiones de Filastrio y Teodoreto de Ciro beben en las
mismas fuentes que Epifanio, sin aportar ni un solo
complemento de información. La más extensa y completa
reseña de la doctrina de Basílides se halla en la Refutatio de
San Hipólito. A partir de la intención del autor de relacionar los
diversos sistemas gnósticos con alguna de las escuelas
filosóficas de la antigüedad, señala cómo en el caso de
Basílides el inspirador sería Aristóteles, y San Hipólito lo
demuestra aduciendo un resumen de las doctrinas aristotélicas
en las que se inspiró. El valor de la reseña hipolitiana ha sido
ampliamente discutido. Para algunos autores, se trata de la
auténtica enseñanza basilidiana. Para otros, la doctrina
expuesta no es la de Basílides, sino un basilidianismo
evolucionado. Para José Monserrat, la noticia de la Refutatio es
una relación bastante fiel de la cosmogonía y la soteriología
basilidianas.
Para San Ireneo, Basílides intenta explicar el origen del universo
en una cosmología emanatista a partir de una doble
preocupación por la cuestión del origen del mal, tanto moral
como físico; se esfuerza en eximir a Dios de toda
responsabilidad y manifiesta una profunda aspiración
soteriológica. En el principio existía el Padre ingénito, del cual,
por un proceso de emanación, nació nus, de éste el logos, y de
éste phrónesis. De phrónesis procede una pareja de eones:
sophía y dynamis. De estos, a su vez, procedieron las virtudes,
los principados y los ángeles, que fabricaron el primer cielo. De
éstos se derivaron otros ángeles, que hicieron un segundo cielo
a semejanza del primero, y así sucesivamente hasta completar
el número de 365, que corresponde a otros tantos días del año
y que se representa por la palabra mágica Abraxas, cuyas letras
sumadas dan por resultado 365. Los ángeles pertenecientes al
último cielo, que es el que ven los hombres, formaron el mundo
terrestre. Su jefe es el Dios de los judíos. Pero, habiendo
querido éste someter todas las naciones a su pueblo
predilecto, los demás ángeles se le opusieron. Entonces el
Padre ingénito, para evitar la perdición de las gentes, envió a su
primogénito Nus, que fue llamado Cristo, para que libertase a
los que creyeran en él. Nus apareció en forma de hombre, pero
no sufrió la pasión, porque Simón Cireneo llevó la cruz y fue
sacrificado en vez de Cristo. Este tomó la apariencia de Simón,
burlando a sus perseguidores y subiendo de nuevo al cielo
Caulacau. Jesús fue enviado al mundo para destruir la obra de
los ángeles prevaricadores. Pero los que creen que fue
realmente crucificado y muerto son todavía siervos. Los que, por
el contrario, creen que no murió, sino que ascendió al Padre,
consiguen la liberación del alma, que es la única que se salva,
pues el cuerpo está destinado a la corrupción.
San Hipólito atribuye a Basílides un sistema más complicado
que Guillermo Fraile ha resumido del modo siguiente. La
realidad aparece dividida en dos sectores: el mundo
hipercósmico y el estereoma. El mundo hipercósmico es el
mundo del No-ser principio de todas las cosas. Hubo un tiempo
en que no existía nada. Solamente existía el No-ser. Este No-
ser no tenía ideas, ni reflexión, ni pasiones, ni deseos, ni
voluntad. Era inengendrado, incomprensible, innominable. Pero
a la vez era el principio de todas las cosas. En él se contenían
los gérmenes de todos los seres como en un inmenso granero
o como el tronco, las raíces y las hojas en la semilla de las
plantas, o como las especies en el género. El dios No-ser quiso
crear el mundo. De esa voluntad procedieron tres filiaciones
distintas, pero consustanciales con Dios. La primera era
simple. Apenas brotó del No-ser, retornó a su primer principio,
como un rayo de luz que se refleja sobre el foco que lo produce.
La segunda era compuesta y más pesada. No siendo capaz de
volver por sí misma al No-ser, tomó unas alas de Espíritu Santo,
y con su ayuda pudo también retornar al primer principio. Pero el
Espíritu Santo, por ser de distinta naturaleza, no pudo retornar a
Dios, y permaneció en el umbral del No-ser. La tercera quedó
aprisionada en el cúmulo de los gérmenes del universo, que
son la fuente, el principio y el fin de todos los seres parciales, y
allí permaneció esperando la purificación para poder retornar al
primer principio.
Debajo del mundo hipercósmico está el estereoma, cerrado
herméticamente por el firmamento, esfera sólida que lo aísla
del universo inferior. El Espíritu Santo había ayudado a retornar
a la segunda filiación, pero él mismo no había podido hacerlo.
Entonces se dividió y engendró al gran arconte, cabeza del
mundo, hermosísimo y potentísimo, el cual, en medio del
silencio que reinaba debajo del firmamento, olvidó su origen y
se creyó que era el ser supremo. Pero se cansó de su soledad,
y para llenarla engendró, a su vez, un hijo también bellísimo al
que hizo sentar a su derecha. Así resultó la ogdóada. El gran
arconte, ayudado por su hijo, organizó el mundo de los seres
celestes y etéreos, introduciendo en ellos el orden y la armonía.
A su vez, del semillero inicial, agitado por la tercera filiación que
había quedado sumergida en él, salió otro segundo arconte, el
cual engendró otro hijo y lo hizo sentar a su diestra, quedando
constituida la hebdómada, que corresponde a los siete
planetas. En el último cielo, que es el de la luna, reside el Yahvé
de los judíos, que era un ambicioso y, para aumentar su
territorio, creó la tierra y los hombres. Durante mucho tiempo la
ogdóada y la hebdómada reinaron cada una en su región
respectiva. El arconte de la hebdómada fue el que habló a
Moisés y le dijo: "Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob", pero no le dijo el nombre del Dios superior. De esta
manera, todo el universo estaba en desorden y pecado, y
reclamaba una redención. Para realizarla, la primera filiación,
sin descender de lo alto y sin separarse del dios No-ser, se dio
a conocer al gran arconte por medio de su hijo, bajo el nombre
de Evangelio. El gran arconte se dio cuenta de su error y
reconoció al No-ser como superior, confesando su pecado de
soberbia. Así quedó iluminada la ogdóada. El hijo del gran
arconte comunicó el Evangelio al segundo arconte, que también
reconoció su error y se arrepintió, con lo que quedó también
iluminada la hebdómada. La revelación prosiguió
transmitiéndose a través de los 365 cielos, y todo volvió a
quedar en orden. Pero faltaban la tierra y los hombres, y para
comunicarles el Evangelio descendió de la hebdómada una luz
milagrosa sobre Jesús, hijo de María, por obra del cual quedó
también redimida la tercera filiación, y todo el universo recuperó
el orden al reconocer la realidad del primer No-ser. Jesús
padeció y murió, pero sólo en apariencia, pues la Pasión sólo le
afectó en su cuerpo material.

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