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__G N O T H I__S A U T O N__

Enteógenos-Etimología

Enteógenos-Etimología

Este es el artículo original donde Gordon Wasson, Jonathan Ott y otros investigadores propusieron el término ’enteógeno’ y las razones y argumentos que lo han afianzado para designar a este tipo de sustancias.
[...]
Todas las lenguas se desarrollan junto con el pueblo que las habla, y toman prestados o inventan los términos que requieren para mantenerse al día, mientras desechan otros que ya no necesitan. A principios de los años sesenta se produjo una oleada de abusos en la ingestión de las llamadas drogas ’alucinógenas’ o ’psiquedélicas’, que en general fue observada con desconfianza y relacionada con las actividades de grupos delincuentes o subversivos. Fuera de las jergas de las varias subculturas, no existía una terminología adecuada para esta clase de drogas. Se acuñaron entonces palabras que dejaron ver en su génesis la incomprensión o los prejuicios de la época.
De entre los muchos términos Propuestos para designar esta clase única de drogas, en el habla común han sobrevivido sólo unos cuantos. En opinión de los autores de este artículo, ninguno de ellos merece seguir en uso, a menos que no nos importe perpetuar en nuestra lengua los errores del pasado.
Comunmente, por ejemplo, nos referimos a la alteración de las percepciones sensoriales como ’una alucinación’, y de ahí que la droga que ocasionaba tal cambio viniese a ser conocida como un ’alucinógeno’ [1]. Sin embargo, el verbo ’alucinar’ impone de inmediato un juicio de valor sobre la naturaleza de las percepciones alteradas, pues significa ’ofuscar, seducir o engañar, haciendo que se tome una cosa por otra’. Procede del latín [h]al[l]ucinari, ’divagar mentalmente o hablar sin sentido’, y en esa lengua es sinónimo de verbos que significan estar loco o delirar. Además, según parece, fue tomado del griego, donde forma parte de una familia de palabras que implican movimiento incesante y agitación perpleja, tal como la causada por el duelo y la desesperación. ¿Cómo puede un término semejante permitirnos comentar con imparcialidad esos trascendentes y beatíficos estados de comunión con las deidades que, según lo han creído muchos pueblos, la gente o los chamanes pueden alcanzar mediante la ingestión de lo que solemos llamar ’alucinógenos’?
Nota 1: El primero que utilizó en letras de imprenta los términos ’alucinógeno’ y ’alucinogénico’ fue Donald Johnson, un médico inglés, en un folleto titulado The Hallucinogenic Drugs [Christopher Johnson, Londres, 1953]. Sin embargo, Johnson tomó tal designación de tres médicos estadounidenses, Abram Hoffer, Humprey Osmond y John Smythies, que no la utilizaron en letras de molde sino hasta el año siguiente.
Otras designaciones son igualmente inadecuadas. Durante el primer decenio posterior al descubrimiento de la LSD, los hombres de ciencia que investigaban la influencia de tales drogas en los procesos mentales [casi todos ellos, es obvio, carecían de experiencia personal sobre sus efectos], tenían la impresión de que parecían inducir un estado próximo a la demencia y a la psicosis. De ahí el término ’psicotomiméticos’ [o ’psicomiméticos’], que fue acuñado para referirse a una droga que provocaba estados psicóticos. Hasta hace poco tiempo la psicología, que desde el punto de vista etimológico es el estudio del ’alma’ o del ’espíritu’, se ha ocupado solamente de las enfermedades mentales y de las desviaciones de la conducta, y todos los términos compuestos a partir de la raiz psico- conllevan esta connotación de enfermedad; psicótico, por ejemplo, no podría significar ’espiritual’. Osmond procuró hacer a un lado estas asociaciones adversas cuando propuso el vocablo ’psychedelic’ [’psiquedélico’, en castellano] [2], la única palabra inglesa que emplea la raiz anómala psyche- en lugar de psycho-, con la esperanza de que el término, diferente de ’psychotomimetic’, pudiera designar algo que ’muestra el alma’. Sin embargo, psychedelic no sólo es una formación verbal incorrecta, sino que ha llegado a estar en tal forma investida de connotaciones de la cultura pop de los años sesenta que es incongruente que un chamán tome una droga ’psiquedélica’. Es probable, además, que incluso la composición anómala de la palabra no alcance a evitar la confusión con las designaciones formadas a partir de la raiz psico-, de manera que causaría las mismas dificultades que ’psicotrópico’, que tiende a significar algo que nos ’lleva a estados psicóticos’ y no, simplemente, a una forma de percepción alterada.
Nota 2: En una carta a Humphry Osmond, fechada el 30 de marzo de 1956, Aldous Huxley proponía que la mescalina fuese llamada un ’phanerothyme’. Huxley escribió estas ingeniosas líneas:
To make this trivial world sublime,
Take a half a gram of phanerothyme
[Para hacer este trivial mundo sublime,
tome medio gramo de phanerothyme]
Osmond replicó con el siguiente dístico:
To fathom Hell or soar angelic
Just take a pinch of psychedelic
[Para penetrar en el infierno o tener un vuelo angélico
simplemente tome una pizca de psiquedélico]
Gran parte del crédito por la popularización del término psiquedélico debe concederse a Ralph Metzner y a Timothy Leary. En la primavera de 1963 se publicó en Cambridge, Massachusetts, el primer número de la Psychedelic Review cuyos editores eran Metzner, Osmond y Leary entre otros. La Psychedelic Review ya desapareció, pero el término se ha perpetuado en el título del Journal of Psychedelic Drugs. La extraña designación propuesta por Huxley no tuvo tan larga vida. La carta del escritor deja claro que para él significaba un ’manifestador del alma’. Sin embargo, la palabra griega thymos significa ’órgano de la pasión, el carácter y la ira’, y ’phanerothyme’ designaría una droga que haga manifiestas las emociones intensas.
En vista de lo anterior, queremos sugerir un vocablo nuevo, que podría resultar apropiado para referirse a las drogas cuya ingestión altera la mente y provoca estados de posesión extática y chamánica. En griego, entheos significa literalmente ’dios [theos] adentro’, y es una palabra que se utilizaba para describir el estado en que uno se encuentra cuando está inspirado y poseído por el dios, que ha entrado en su cuerpo. Se aplicaba a los trances proféticos, la pasión erótica y la creación artística, así como a aquellos ritos religiosos en que los estados místicos eran experimentados al través de la ingestión de sustancias que eran transustanciales con la deidad. En combinación con la raiz gen-, que denota la acción de ’devenir’, esta palabra compone el término que estamos proponiendo: enteógeno.
Nuestra designación es fácil de pronunciar. Podemos hablar de enteógenos o, como adjetivo, de plantas o sustancias enteogénicas. En un sentido estricto, sólo aquellas drogas que producen visiones y de las cuales pueda demostrarse que han figurado en ritos religiosos o chamánicos serían llamados enteógenos; pero en un sentido más amplio, el término podría también a otras drogas, lo mismo naturales que artificiales, que inducen alteraciones de la conciencia similares a las que se han documentado respecto a la ingestión ritual de los enteógenos tradicionales.
Carl A. P. Ruck, Jeremy Bigwood, Danny Staples, Jonathan Ott y R. Gordon Wasson.
Publicado en el Journal of Psychedelic Drugs, vol. II, núms. 1 y 2, enero-junio de 1979
Traducido por Felipe Garrido y recogido en ’El Camino a Eleusis’,
libro de R. Gordon Wasson, Albert Hofmannn y Carl A. P. Ruck
publicado por el FONDO DE CULTURA ECONOMICA en su colección Breviarios, número 305
http://www.tempusfungui.com/one_news.asp?IDNews=43&IDCategory=21
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Sócrates, Ayahuasca y Delfos

Lo fundamental de las experiencias con Ayahuasca, es que nuestra conciencia, adquiere mayor conciencia. Este despertar de nuestra conciencia, se produce con el tradicional diálogo interior; con la consulta de todas nuestras preocupaciones con el maestro interior. Esta práctica extática, fue adaptada a la novedosa práctica filosófica (el método de la mayéutica) por Sócrates hace ya 25 siglos.
El "Conócete a ti mismo" que recomendaba Sócrates, fue una expresión tomada del oráculo de Delfos. Así mismo la filosofía de Sócrates fue una manifestación del trance místico que se vive plenamente con enteógenos, en nuestro caso con ayahuasca. Así, las experiencias extáticas, son fuente de conocimientos para todas nuestras actividades.
AYAHUASCA, PLANTA MAESTRA
Hoy existe consenso, con respecto a considerar a las llamadas plantas enteógenas, como las auténticas u originarias reveladoras del concepto de dios, en su sentido profundamente esencial. Y este acuerdo se ha dado, no porque los entendidos en este asunto hallan teorizado y nada más que teorizado, sino por el contrario, porque la comunidad dedicada a la investigación de estas substancias consideradas sagradas en distintas partes del mundo, en el presente y en el pasado, así lo han corroborado en sus propias experiencias, es decir, lo han vivido interna y extáticamente.
Hemos constatado en carne propia, el vivenciar una verdadera experiencia mística, en su sentido más intenso y real, y no como ligera, aparente o superficial sensación. El éxtasis místico, se entiende, es aquella plena unión entre nuestra "alma" y lo que se puede intuir como Dios, de la que sólo podemos dar incompletas explicaciones, dado el inefable, inexplicable e incomunicable carácter de este asunto.
A partir de esta vivencia de conciencia cósmica, sanadora, revitalizadora y ampliadora de nuestra conciencia, nos permitimos interpretar al viejo y clásico filósofo Sócrates, como una muestra de lo que se puede lograr, alimentados en nuestro caso por la "Planta Maestra" Ayahuasca.
SOCRATES
Uno de los méritos que se le reconoce a Sócrates, es haber sentado las bases para el desarrollo de una ciencia o disciplina filosófica que se dedicara  a la reflexión sobre la moral, sobre la virtud, sobre el cómo ser un ciudadano bueno verdadera y universalmente. A diferencia de esta propuesta discursiva o teórica de Sócrates, la práctica de beber Ayahuasca nos permite desarrollar de manera concreta, esta plena realización moral en la vida, este pleno desarrollo de nuestras virtudes.
Los historiadores de la filosofía, describen a Sócrates como un excéntrico personaje de la ciudad de Atenas, quien andaba interrogando a todo aquel que se cruzara en su camino. Esta actitud de interrogar e interrogarse, esta actitud de búsqueda de verdades fundamentales, es también una actitud que brota espontáneamente durante el trance con ayahuasca y es la manifestación de un buen rasgo para desarrollar la conciencia. Precisamente las personas que nos han solicitado sesiones para conocer la experiencia profunda con la Ayahuasca, son personas buscadoras de respuestas esenciales.
Sócrates, afirmaba tener la misión de enseñar a los hombres, el sentido que cada uno tenía en la vida; y la búsqueda de la verdad, la justicia y la bondad eran lo más importante para él. Sócrates decía escuchar a un geniecillo, a una "voz interior", quien le advertía cada vez que estaba a
punto de cometer el mal. Así, su diálogo se desarrollaba primero, internamente, consigo mismo, con la voz divina de su interior, y luego
externamente, es decir, con las personas que lo rodeaban, o los que sometía a severo interrogatorio, para hacerles parir la verdad.
LA MAYÉUTICA
La "dialéctica" griega, era entendida como el arte de comparar opiniones opuestas,  con el fin de descubrir la verdad. Sócrates consideraba que el diálogo o la conversación, permitía a los seres humanos, alcanzar la cumbre de su pensamiento. La metodología mayéutica, proceso interrogatorio que descubría contradicciones para definir conceptos, empleada por Sócrates, es lo que en el trance con Ayahuasca se ha denominado "dialoguismo mental".
Este dialogo mental, en el que nosotros mismos nos interrogamos  y de nosotros mismos brota la respuesta, se denomina también, el diálogo o consulta con el "Maestro Interior". El método Mayéutico de Sócrates, expresado como diálogo externo entre una y otra persona, quienes basados en su razón quieren alumbrar definiciones universales, es decir, verdades validas para todos los casos, ha sido inspirado en los trances místicos que solía experimentar el viejo Sócrates. Platón, alumno de Sócrates, cuenta que su maestro a veces pasaba días y noches, inmóvil, absorto en la meditación. Algo "demoníaco", un instinto interior superior, cierta asistencia extraordinaria le revelaba luces sobre la virtud.
El "TRANCE" o "DELIRIO EXTÁTICO" con Ayahuasca, además de poner de manifiesto la vibrante experiencia mística, pone también de manifiesto un estado extraordinario de conciencia despierta, "un despertar de la conciencia", una salida del ego fuera de sus limitaciones ordinarias. Se trata de una reveladora capacidad para conocer, en el sentido más amplio o cósmico posible. El trance es un proceso mental que desemboca en un estado cognitivo alternativo, es un conjunto de procesos dialógicos internos.
La virtud de cualquier actividad, decía Sócrates, comienza por conocer su fin, su propósito; así también, la virtud del hombre comienza por el
conocimiento del fin o propósito del hombre mismo; es decir, lo fundamental es el conocimiento de nuestra alma, nuestro yo interior espiritual. Esta sabiduría íntegra de nuestro ser esencial,  se conquista a partir del trance, con Ayahuasca en nuestro caso.
"SOLO SÉ QUE NADA SÉ"
Cuando a Sócrates le devolvían la pregunta, es decir, cuando el interrogador pasaba a ser interrogado, éste respondía diciendo "Sólo sé que nada sé". Dando a entender que cada uno debía buscar la respuesta en su fuero interno. Su objetivo,  era hacer reflexionar a aquellas personas, quienes presumían, quienes estaban convencidas de poseer alguna "verdad". Sócrates, quería hacerles avanzar con respecto a sus cotidianos entendimientos de las cosas que son "comprensiones" aparentes y supuestas.
El "Sólo sé que nada sé" que ha sido interpretado también como la ironía socrática, es al mismo tiempo, desde la perspectiva del trance con
ayahuasca, el profundo reconocimiento de la inmensidad del absoluto. El éxtasis místico nos sorprende con su infinitud, eternidad e inefabilidad que no tenemos otra respuesta más sincera, que decir humilde y sencillamente "Sólo sé que nada sé". El estado místico, es capaz de hacernos reconocer que somos parte de la naturaleza, y por lo tanto, hermanos, familiares de la totalidad. Con este nivel de conciencia, se desvanecen las soberbias y vanidades frívolas.
Este "Sólo sé que nada sé", se vive de manera intensa y crucial en el trance, cuando ante la abundante información que manifiesta nuestra
conciencia, nos sentimos apabullados, nos sentimos pequeños, y surge un gran temor ante lo desconocido, ante lo divino, ante lo inefable. El proceso dialógico del delirio extático, nos conduce a esa sobrecogedora experiencia de sorprendernos y admirarnos ante la belleza, la verdad y la profundidad de la realidad completa.
La mayéutica socrática, que según su propio mentor, luego del doloroso y nada divertido  parto, ayudaba a las personas, a lograr un sólido
conocimiento interior.  La verdad se daba a luz, inclusive gritando, volando en fiebres, delirando e inclusive queriendo renunciar al camino de lograr alcanzar una verdad.
El interrogatorio socrático, era un verdadero torpedo que dejaba petrificado a quien le llegaba. En estos momentos de aprietos, de dificultades, de vergüenza ante la constatación de nuestra ignorancia, algunos reaccionaban rechazando el método y escapando para no continuar más sintiendo los dolores del parto de la verdad. Algunos decidían no querer continuar más con el proceso de dar a luz verdades, y preferían quedarse así como están, sumidos en completa ignorancia, que al fin y al cabo no producía dolores tan fuertes, como el de querer conocer la verdad.
Esta actitud de cobardía, ante el esfuerzo de trabajar en función de verdades fundamentales, es común en el mundo enero. La mayoría de gente prefiere no problematizarse la vida con preguntas radicales, y prefiere más bien, seguir viviendo en un mundo de apariencias. Mucha gente renunció a este proyecto, y aun hasta hoy, mucha gente sigue renunciando a dejar atrás su frívola manera de vivir, su frívola manera de ver las cosas y su enajenada manera de entender la realidad.
Así mismo, la experiencia de beber ayahuasca, es la experiencia de reconocernos profundamente, es decir, sin máscaras ni maquillajes. Es la experiencia de ponernos frente al espejo, y visualizarnos tal y como somos; con todos nuestros defectos y también con todas nuestras virtudes. Suele haber gente, que sólo quieren visualizar o pensar sus virtudes, mas no sus defectos o partes oscuras. Entonces, ante la cobardía de no querer reconocerse completamente, quieren cortar o suspender el proceso del trance con ayahuasca.
El trance con Ayahuasca nos lleva a visitar y conocer a los dioses, y este reconocimiento, si bien es cierto, que resulta maravillosamente revelador a tal punto que es una verdadera INIACIACIÓN, es al mismo, un descenso a los más oscuros infiernos, para luego ascender al cielo. Esta experiencia  intensa de iniciación, común en todas las tradiciones místico-esotéricas y religiosas, es lo que se vive y se siente como un verdadero  RENACIMIENTO.
Se trata de vivir la experiencia de la propia muerte, en la que tenemos que dar sepultura a toda nuestra manera equívoca de ver las cosas, a todas aquellas actitudes, hábitos negativos o viciosos, que nos estaban arrastrando. El significado y provecho de esta muerte simbólica, es un auténtico cambio de actitud para salir adelante y mejorar. La iniciación, no es una ceremonia externa en la que se condecora o se da un diploma a la persona; sino, es una vivencia mística interna, profunda y desgarradora.
El proceso de regresión con Ayahuasca, es un re-vivenciar, es una intensa reviviscencia en carne propia, de bloqueos, miedos, fobias, situaciones perturbantes que hayamos vivido en algún momento de nuestras vidas y que nos acondicionaron a ser limitados e inseguros. Se trata de vivir un proceso profundo en la que se desatan esos nudos implantados en nuestro subconsciente. Esta es una experiencia sin barreras, fuera de toda lógica racional o esquema, que se prolonga más allá de los límites de la conciencia cotidiana. Es el ingreso a los rincones más ocultos de nuestro infinito pensamiento, que demanda coraje y sensatez.
La sabiduría, decía Sócrates, es conocerse a sí mismo, es conocer nuestra alma, es saber lo que es ser justo. "Sólo quien sabe lo que es la justicia, puede ser justo", "sólo quien conoce el bien, puede hacer el bien". Hacer lo correcto es vincular saber y hacer, pensar y obrar. Y quien actúa mal, lo hace por ignorancia, quien comete vicios y errores, lo hace porque no conoce el bien, es decir, no se conoce profundamente así mismo.
"CONÓCETE A TI MISMO"
Es la divisa del oráculo de Delfos, que Sócrates asume en sus discusiones mayéuticas que buscan la verdad universal.
¿En qué consiste el proceso de desarrollo y evolución personal que promuevela práctica de beber la Ayahuasca?
Precisamente en el descubrimiento del sentido que tiene nuestra vida; precisamente en la consolidación de llevar nuestra vida plenamente, basados en un conocimiento profundo de la vida y de nosotros mismos. Esta sabiduría, no es aprenderse de memoria lo que dice una enciclopedia o un manual para la vida, sino, consiste en un despertar de la conciencia, consiste en una ampliación de nuestro entendimiento; consiste en un "darse cuenta" de nuestra limitaciones y consiste también en el avisoramiento de un cambio de perspectiva, y una voluntad renovada, revitalizada para realizar esa existencia plena de sentido y satisfacción. No en el cielo, sino a aquí en la tierra con los nuestros y reconciliados con la totalidad, con la sociedad y la naturaleza en su conjunto.
La máxima bondad del trance extático con Ayahuasca, es este extraordinario despertar de la conciencia, es este comprender y superar limitaciones, desde uno mismo, desde lo más profundo y esencial de uno mismo, que es precisamente nuestra constitución y fundición con la totalidad.
Son aquellos prejuicios, ideas incompletas, errores, dogmas, tabúes, etc. que bloquean nuestro desarrollo personal, los que son barridos por el despertar de la conciencia que produce la Ayahuasca. Esta purga o limpieza, no es sólo física u orgánica, sino también, y sobre todo, es una limpieza del alma o auto-psico-terápia que nos devuelve la salud mental-espiritual. Luego de esta limpieza íntegra, el camino está abierto para mejores condiciones de vida física y psicológica.
Sócrates afirmaba la existencia de una razón universal equivalente a Dios, como principio que rige el mundo. La moral consistía en poseer una sabiduría que  descubriera y reconociera al principio espiritual humano, que es nuestra alma; el alma de cada uno de nosotros. Y para lograr este propósito importante en la vida, debíamos empezar por el conocimiento de nosotros mismos.
Lo que la Ayahuasca permite realizar, es un hecho comprobado por millares de personas, quienes han experimentado en carne propia, sus experiencias de sanación y ampliación de la conciencia. El hacer una interpretación de la filosofía de Sócrates a la luz de las experiencias extáticas con enteógenos, tiene su fundamento, en el hecho que en diversas partes del mundo, desde la antigüedad, el culto a las plantas enteógenas ha sido la base para generar cultura y conocimiento.
El mundo griego no fue ajeno a estas prácticas extáticas con enteógenos. Los griegos usaron por ejemplo: vinos, cervezas, cáñamo y otras solanáceas (beleño, belladona, mandrágora) con fines ceremoniales y lúdicos, en ocasiones mediante sahumerios o inciensos. Los griegos empleaban también un extracto de hachís con vino y mirra para estimular reuniones privadas.
Con las Bacantes, celebraciones que se realizaban cuatro veces al año, Atenas celebraba varios días de fiesta dionisíaca. Los Misterios de Eleusis fueron durante más de un milenio el símbolo espiritual de su cultura. En la iniciación los peregrinos recibían una pócima (el kikeón) compuesta por "harina y menta" y juraban guardar absoluto secreto sobre el detalle de la experiencia. Cicerón, uno de los iniciados, dejó dicho que "Los misterios nos dieron la vida, el alimento; enseñaron a las sociedades la costumbre y la ley, enseñaron a los humanos a vivir como humanos".
Cuando Querefonte, amigo y admirador de Sócrates, pregunta al Oráculo de Delfos ¿si hay algún hombre más sabio que Sócrates? El oráculo responde categóricamente, señalando que no, pues Sócrates es el más sabio.
En esta anécdota, estamos hablando de verdades obtenidas de experiencias extáticas; y tengamos presente que la revelación de sabiduría, continua luego de las experiencias o trances, porque la persona va procesando y madurando su comprensión sobre lo percibido o experimentado en éxtasis.
La Ayahuasca nos ha enseñado a conocernos a nosotros mismos; la Ayahuasca ha mejorado en gran medida nuestra forma de vivir y entender las cosas. La Ayahuasca nos integra a la totalidad y nos hace más dignos. Ahora, el propósito no es desarrollar un conocimiento sistemático filosófico o científico, sino más bien desarrollar una autentica manera de vivir con la que nos realicemos plenamente.
No estamos afirmando que Sócrates haya enseñado a recogernos en nuestros éxtasis místicos, para lograr el pleno conocimiento moral y de uno mismo. Nada de eso, más bien estamos interpretando las ideas y actitudes socráticas como propias y parte del aprendizaje que podemos lograr en éxtasis. Este diálogo interior que estimula la reflexión y alumbra respuestas originales y prudentes, se vive de manera intensa y real en la experiencia con Ayahuasca. Obviamente la experiencia de delirio extático es muchísimo más rica e infinita que lo planteado a través de palabras en el presente artículo.
Por: RONALD ÁNGEL RIVERA CACHIQUE (Ayahuascólogo y Filósofo)
Web: http://ayahuasca.tripod.com.pe/ayahuasca/
Publicación enviada por Ronald Ángel Rivera Cachique
Contactar mailto:ayahuaska@hotmail.com
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Publicado Tuesday 21 de December de 2004

El templo de Delfos

El templo de Delfos

Zeus soltó dos águilas desde los extremos de la tierra y ambas se cruzaron en Delfos, un lugar que estuvo consagrado inicialmente a la diosa de la tierra, Gea. Para apoderarse del templo, Apolo mató al dragón Tifón que lo resguardaba. El sitio recibió entonces el nombre de Pytho -el que pudre- debido a que allí murió el monstruo. Luego Apolo se transformó en delfín -de ahí, Delfos- y desvió una nave cretense cuya tripulación acabó convirtiéndose en el primer estamento de servidores del templo. Allí fue situada una piedra conocida como el onfalos, el ombligo del mundo. Su influencia fué tal, que se no se decidían guerras sin los consejos de su pitonisa o adivina, e incluso algunos imperios se desplomaron por no escucharlo.
Emplazado en un agreste paraje del golfo de Corinto, en la Grecia central, Delfos muestra las ruinas del que en su día fue el oráculo más famoso del mundo. A 600 metros de altura respecto al nivel del mar, un lugar que estuvo consagrado inicialmente a la diosa de la tierra, Gea. Reyes y campesinos, griegos u orientales, los hombres de la Antigüedad se dirigía al templo de Apolo en Delfos para averiguar, por intermedio de la pitonisa, lo que les depararía el destino. Cientos de personas en peregrinación esperaban el espectacular trance que revelaba la palabra divina. Su influencia era tal, que se decidían guerras según los consejos del oráculo; algunos imperios incluso se habrían desplomado por no escucharlo.
La mitología relata que Zeus soltó dos águilas desde los extremos de la tierra y ambas se cruzaron en Delfos, señalando el centro del mundo. Allí fue situada una piedra conocida como onfalos -el ombligo del mundo- y simbolizando por ello el centro del universo. Otra leyenda afirma que su hijo Apolo mató en el lugar a una monstruosa serpiente llamada Pitón y asentó su oráculo en el lugar que ocupaba el de Gea, utilizando a una sacerdotisa llamada Pitonisa, como médium para responder a los visitantes.
Por su parte, en La Iliada, Homero relata la fundación del templo. En tiempos remotos, había en el lugar un oráculo dedicado a Gaia, antigua divinidad de la tierra. Este era resguardado por el terrible dragón Tifón. Para apoderarse del templo, Apolo mató a Tifón en un combate épico. El sitio recibió entonces el nombre de Pytho, que significa yo hago pudrir, debido a que allí se pudrió el monstruo. Luego Apolo se transformó en delfín -de ahí, Delfos- y desvió una nave cretense: la tripulación retenida formaría el primer estamento de servidores del templo y el dios les prometió venir todos los años a aconsejar a los humanos.
El trance de la Pitonisa
La pitonisa, intermediaria entre el dios y los hombres, es el personaje más importante del santuario. Según el historiador griego Diodora de Sicilia, las primera pitonisas fueron jóvenes vírgenes, pero la tradición cambia el día en que un consultante, arrastrado por sus bajos instintos, viola a una de ellas. Son entonces reemplazadas por mujeres de unos cincuenta años, generalmente simples campesinas de la región. No era necesario que poseyesen un don particular, dado que tan son sólo eran el instrumento de Apolo.
El día del oráculo, la pitonisa se purificaba con un baño ritual y se vestía de gala. Luego se ubicaba en lo más profundo del santuario, sobre un trípode de oro. Alli respiraba la exhalación sagrada -pneuma enthousiastikon- y sin duda alucinógena, que emanaba de una grieta del suelo. Entraba en trance y se transformaba en la voz de Apolo.

Llegaron a ser necesarias tres pitonisas, que se turnaban para responder las preguntas. Existen dos explicaciones para explicar el funcionamiento del oráculo. Una afirma que la pitonisa entraba en trance masticando hojas de laurel. Otra, la más aceptada y mencionada, que se reclinaba sobre un trípode colgado en el abismo de una grieta sagrada de la que emanaban vapores tóxicos. Por su influencia se emitían sonidos y palabras incoherentes que los sacerdotes o prophetes interpretaban como respuestas de Apolo.
Peregrinos de toda Grecia e incluso extranjeros se acercaban al oráculo caminando desde Atenas o en barco hasta el puerto llamado Itea en la actualidad. Llegados al magnífico templo de Apolo ascendiendo el Monte Parnaso por la Via Sacra, se purificaban en las aguas de la fuente de Castalia. Entonces salpicaban una cabra con agua fría y si temblaba con todo el cuerpo era sacrificada y el peregrino autorizado a hacer su pregunta. Luego pagaba su tarifa y esperaba a ser atendido. La pitonisa recibía la pregunta escrita en una tablilla y entraba en trance para responderla. Un sacerdote interpretaba los balbuceos y la escribía en verso entregándosela al peregrino.
Las respuestas solían ser más consejos que verdaderas predicciones, y eran tan famosas por su ambigüedad como por sus aciertos, que no sólo elevaron a Delfos a la consideración del oráculo más fiable, sino que lo hicieron mantenerse en este lugar durante varios cientos de años. El espartano Phalantos consultó al oráculo sobre la expedición colonizadora de Italia que iba a comenzar, y recibió como respuesta que tomaría Tarento tan pronto como sintiera caer la lluvia de un cielo claro. El conquistador comprendió el oráculo cuando sintió en su cuello las lágrimas de su mujer Aithra -que significa cielo claro. A Nerón le advirtió que desconfiara del año 73, pero no se refería a su propia edad sino a la de Galba, sucesor suyo, que por entonces tenía esa edad.
Pero no todo eran imprecisiones. El escéptico Creso, rey de Lidia, quiso asegurarse de la fiabilidad del oráculo antes de confiar en él, y así envió emisarios a varios oráculos para preguntarles en el mismo momento qué estaba haciendo el rey. Sólo Delfos acertó en la respuesta: hirviendo una tortuga y un cordero en un caldero de cobre. Creso recompensó al oráculo con valiosos regalos y se atrevió a una pregunta crucial: ¿qué sucedería si atacaba a los persas? La respuesta fue que destruiría un gran imperio. Pero ese imperio fue el de Creso.
Independizado en el 589 a.C. se vio afectado por las rivalidades entre las grandes ciudades y por dos guerras santas que sirvieron para saquearlo. La politización del oráculo, que protagonizó su actividad en los últimos siglos antes de nuestra era, le restó credibilidad y comenzó su decadencia.En el siglo II a.C. fue conquistado por Roma, y Nerón saqueó en torno al 60 d.C. más de 500 estatuas del oráculo. También Sila y los emperadores cristianos contribuyeron con sus expolios a acelerar el ocaso del lugar. Siendo oficialmente clausurado por Teodosio hacia 385.

El más famoso de los Santuarios
Fuera del mito, las historia nos señala que el primer templo de Delfos data de fines del II milenio antes de nuestra era. Construido en la ladera sur del monte Parnaso, está enmarcado por el acantilado de Phlemboucos, entre los cuales brota la fuente sagrada de Castalia. Los peregrinos llegan al lugar ya sea por mar, desembarcando en el pequeño puerto de Kirrha, o por tierra, franqueando el paso de Arachova. A partir del siglo VI, la cercana ciudad de Delfos comienza a obtener ganancias del paso de los peregrinos. En el 548, un incendio destruye el templo: es reconstruido, esta vez más grande y más hermoso, gracias a la suscripción panhelénica. Las excavaciones arqueológicas de Delfos comenzaron en 1893 bajo la dirección de Théophile Homolle, jefe de la Escuela Francesa de Arqueología de Atenas. Para poder comenzar los trabajos, fue necesario realojar en otro lugar a los pobladores de la zona.
Al comienzo, el oráculo se presenta una vez al año. Debido al éxito cada vez mayor, los sacerdotes adoptan un ritmo mensual y emplean dos, luego tres pitonisas. Pese a todo, los que vienen a consultar esperan muchas veces varios días antes de que lleguen a su turno. Estas jornadas son consagradas a las ofrendas, a los sacrificios y a las purificaciones. La gente se refresca en la fuente de Castalia, sobre la cual permanece grabada hasta nuestros días la frase: Al buen peregrino le basta una gota, al malo, ni el océano podría lavar su mancha. El oráculo cobra caro; la persona que consulta debe comprar un pastel muy costoso que ofrece sobre un altar, frente al santuario; luego, sobre otro altar, debe sacrificar una oveja o una cabra.
La Via Sacra ascendía con sus revueltas por el monte Parnaso hasta alcanzar el magnífico santuario de Apolo. Había un teatro de mármol blanco, un estadio con 7000 plazas, un gimnasio, y una serie de pequeños templos llamados tesoros y edificados para albergar las ofrendas con que los diferentes estados agradecían a Apolo las predicciones obtenidas. Entre todos ellos destaca el de los atenienses, cubierto de inscripciones con la gloria de Atenas y agradecimientos de sus pobladores al oráculo. Fue construido poco después de la victoria contra los persas en la batalla de Maratón (490 a.C.) y reconstruido pieza a pieza a principios de nuestro siglo.
Del templo de Apolo apenas se conservan algunas columnas. Fue reconstruido en 546 y 373 a.C. tras haber sido destruido por un incendio y un terremoto. En su interior operaba la pitonisa, aunque no se sabe exactamente dónde, y no se ha encontrado la famosa grieta de la que provenían los vapores sagrados.
Detrás del santuario hay una vertiginosa pendiente que desciende hasta el barranco de Pleistos. El valle está cubierto por el que se constituye como el mayor olivar del mundo y se prolonga hasta el mismo golfo de Corinto. El edificio más bello de Delfos se denomina Thólos y es una rotonda de columnas del siglo IV cuya finalidad aún no ha sido aclarada. Forma parte del santuario de Atenea, construido en el siglo VI y que tiene también dos tesoros y un templo del siglo IV.

El estadio es el mejor conservado de Grecia y en él se celebraban los juegos píticos. Originalmente eran un concurso musical que se celebraba cada ocho años pero a partir del 582 a.C. se festejaron cada cuatro años y comprendían certámenes poéticos y dramáticos, así como carreras y ejercicios atléticos. Al ganarlos en el 475 a.C., el príncipe siciliano Polyzelos ofrendó el famoso auriga de Delfos, una estatua de bronce de tamaño natural que se encontraba en un carro arrastrado por caballos y que fue exhumada en 1896.
Actualmente se conserva en el museo junto con otras piezas de gran interés y valor, como la esfinge de Naxos, los mellizos de Argos, el tolo de Marmaria, las esculturas de los tesoros y una copia romana del ónfalo o piedra que señalaba en Delfos el ombligo del mundo. Conozco el número de los granos de arena, y la medida del mar; entiendo a los idiotas y oigo a aquel que no habla.
Oráculos misteriosos
La historia antigua está salpicada de famosas profecóias y no se libra ninguna batalla sin haber consultado previamente al oráculo. De este modo, le vaticina a Creso, rey de Lidia, quien no se decide a atacar a un temible vecino, que un poderoso imperio será destruido. Creso intrepreta la predicción en un sentido que lo favorece y ataca. Efectivamente, en unas semanas un poderoso imperio es destruído: pero es el suyo. Este ejemplo, así como cientos de otros similares, empaña la confiabilidad del oráculo: sus predicciones son tan vagas y pueden interpretarse de tantas maneras, que no pueden ser refutadas. Se plantea la siguiente interrogante: las profecías son obra de las pitonisas, tosacas mujeres que profieren frases incompresibles, o de sacerdotes letrados que las traducen y que son conocedores de las sutilezas de la política.
En cuanto al oráculo, las opiniones de los autores antiguos están divididas. Plutarco, que fue sacerdote de Delfos, dejó numerosos opúsculos acerca de los cultos y los ritos, en los que no refuta la tradición. Heráclito y Platón también defienden al oráculo, pero Esquilo, Eurípides y Tucídides se muestran escépticos. En cuanto a Herodoto, afirma creer en el principio del oráculo, pero reconoce que Delfos no está libre de corrupción. El oráculo, que es consultado por los reyes, posee de hecho una fuerte influencia política y los poderosos están conscientes de eso. En varias oportunidades, Esparta hace divulgar oráculos desfavorables para sus adversarios: en el siglo VI, Delfos aparece como el arma estratégica de una guerra sicológica entre las ciudades.
.Por el contrario, para el latino Cicerón no hay duda: en el De divinatione, denuncia al oráculo como un fraude. Efectivamente, en el curso de los siglos siguientes el mundo romano y luego el cristiano destruyen la influencia del santuario. El muy cristiano emperador Teodosio es quien lo clausurará en el año 390. Oribase, enviado en el 362 durante el breve reinado de Juliano el Apóstata para intentar restaurar el templo, ha recogido el último oráculo conocido: Dile al rey que el templo glorioso ha caído en ruinas; Apolo ya no tiene techo sobre su cabeza; las hojas de los laureles están silenciosas, las fuentes murmurantes y los arroyos proféticos están muertos.

Gnosis-1-

Gnosis, gnósticos y gnosticismos. -I-
Gnosticismo
Doctrina filosófica difundida entre varias sectas religiosas, mezcla
de creencias cristianas, judías y orientales, que, desde los primeros
tiempos de la Iglesia católica, aspira al conocimiento intuitivo de
las cosas divinas: el gnosticismo tiene un componente mistérico que le
hace muy atractivo para el vulgo indocto.
Suele entenderse habitualmente por "gnosticismo" en su sentido más
amplio una doctrina según la cual es posible conocer alguna realidad
en sí, última o absoluta. Quienes son partidarios de esta doctrina son
llamados "gnósticos". En este sentido, el gnosticismo se opone al
agnosticismo y los gnósticos son lo contrario de los agnósticos. En un
sentido más restringido, el término "gnosticismo" es usado para
nombrar las doctrinas llamadas "gnosis" que se extendieron en el mundo
antiguo especialmente a partir del siglo II d.C. Esta gnosis de la
época de los Antoninos y de la ancha paz romana fue la gnosis clásica,
cuyos representantes son los gnósticos más conocidos: Basílides,
Valentino y Ptolomeo. Todos los demás serán considerados gnósticos por
referencia a la especulación filosófica y teológica de aquellos
grandes maestros. Así, por ejemplo, las corrientes gnósticas que
sobrevivieron subterráneamente y que emergieron a la superficie
durante la Edad Media bajo formas distintas de herejía y luego con la
Reforma. Místicos como Jacob Boehme y visionarios radicales como
George Fox, que muy probablemente desconocían la tradición gnóstica,
expresaron interpretaciones análogas de la experiencia religiosa
gnóstica. No deben considerarse gnósticos la gran mayoría de los
movimientos que surgieron de la Reforma, como el bautista,
pentecostal, metodista, episcopaliano, congregacionalista,
presbiteriano o cuáquero, puesto que se mantuvieron dentro del marco
básico de la ortodoxia establecido en el siglo II, al considerar los
escritos del Nuevo Testamento como únicas fuentes autorizadas, y
aceptar el credo ortodoxo y retener los sacramentos cristianos incluso
en los casos en que alteraban su forma y su interpretación.
Los gnósticos elaboraron grandes sistemas teológico-filosóficos
mezclando elementos procedentes del platonismo con doctrinas
cristianas y tradiciones judías y orientales. Las dos fuentes
principales del gnosticismo: la especulación filosófica griega de la
decadencia y el cristianismo, dan lugar a un doble vector hermeneútico
que se ha mantenido constante en la interpretación del gnosticismo en
la historiografía. Para algunos el gnosticismo es una filosofía
cristiana o, por lo menos, un intento de ella. Ésta es la opinión
defendida por Harnack, que no se halla muy lejos de la idea sustentada
por Plotino, quien en su tratado contra los gnósticos no distinguía
entre ellos y los cristianos, y los sume a todos en un común
sentimiento antihelénico. Para otros, en cambio, el gnosticismo es una
manifestación interna del pensamiento antiguo de la decadencia, que
precisamente aprovecha para su constitución los elementos que le
aporta el cristianismo y los aparentes conflictos entre la Antigua y
la Nueva Ley. Ninguna de las dos fuentes pueden eliminarse en la
interpretación del gnosticismo; por ello hay que considerarlo en
general como uno de los intentos de salvación por el saber que
abundaron tan pronto se abandonó la vía estrictamente intelectual.
Todos estos significados usuales se precisaron en gran parte en el
Congreso sobre gnosticismo celebrado en Mesina en el año 1966. En este
congreso, según José Monserrat Torrets, se llegó a un pacto sobre el
uso científico de los términos "gnosis" y "gnosticismo" y se propuso
evitar el uso indiferenciado de los términos "gnosis" y "gnosticismo".
Se reservó el término "gnosticismo" para aludir a cierto grupo de
sistemas del siglo II d.C., identificables a través de los métodos
histórico y tipológico, que habían sido designados con ese nombre
tradicionalmente. Se propuso, en cambio, concebir la "gnosis" como
conocimiento de los misterios divinos reservado a una élite. Sobre los
caracteres del gnosticismo de las sectas del siglo II se llegó a la
conclusión de que la siguiente formulación puede resumirlas
adecuadamente: hay en el hombre una centella divina procedente del
mundo superior, caída en este mundo sometido al destino, al nacimiento
y a la muerte; esta centella debe ser despertada por la contraparte
divina de su yo interior para ser, finalmente, reintegrada a su
origen. Frente a otras concepciones de la degradación de lo divino,
ésta se funda ontológicamente en un concepto particular de
degradación, cuya periferia, llamada con frecuencia sophía o ennota,
debía entrar fatalmente en crisis e indirectamente dar origen a este
mundo del que, por otra parte, no puede desinteresarse, puesto que ha
de recuperar el pneuma que en él se encuentra.
Sobre el tipo de gnosis que implica el gnosticismo dijeron que éste se
halla condicionado por un cierto número de fundamentos ontológicos,
teológicos y antropológicos. No toda gnosis es gnosticismo, sino tan
sólo aquélla que, en el sentido ya expresado, implica la idea de una
connaturalidad divina de la centella que debe ser reanimada y
reintegrada; esta gnosis del gnosticismo comporta la identidad divina
del cognoscente (el gnóstico), de lo conocido (la substancia divina de
suyo trascendente) y del medio por el cual conoce (la gnosis como
facultad divina implícita que debe ser despertada y actuada). Esta
gnosis es una revelación-tradición de tipo distinto, sin embargo, que
la revelación-tradición bíblica e islámica.
Estado de la cuestión en la investigación.
Los primeros investigadores sobre los gnósticos fueron sus
contemporáneos. Tratando de demostrar que el gnosticismo
era en esencia no cristiano, los heresiólogos encontraron sus
orígenes en la filosofía, la astrología, las religiones misteriosas
y la magia griegas, e incluso en fuentes indias. A menudo
pusieron de relieve, satirizándolos, los elementos raros que
aparecen en algunas formas de mitología gnóstica. Así,
Tertuliano se burló de los gnósticos por crear cosmologías
complicadas con cielos de varios pisos, como los bloques de
viviendas, con una habitación sobre otra y destinada a cada dios
por medio de tantas escaleras como herejías había.
La historiografía crítica del gnosticismo se abrió en el siglo XIX
con los trabajos de Neander (1818), Matter (1818), Gieseler
(1830), F. Ch. Baur (1835) y Scherer (1841). Estos autores se
caracterizaron por reaccionar contra una visión del gnosticismo
del siglo II demasiado ceñida a los datos que proporcionaban
los heresiólogos cristianos y por atribuirle un origen oriental:
Persia, Mesopotamia, India, etc.
En 1860, R. A. Lipsius estableció el carácter sistemático que
subyace al abigarramiento de los mitos gnósticos. Por ello,
desde finales del siglo pasado, algunos investigadores como
Joel (1880), Weingarten (1881), Harnack (1873 y 1886) y
Hilgenfeld (1884) sostuvieron el origen greco-helenístico del
gnosticismo, aportando en su caso diversos correctivos, tales
como influencias mistéricas, orientales, etc. El uso de este
método comparativo, a la vez que abrió importantes
perspectivas en la investigación, aportó considerable confusión,
ya que no cuidó una precisa elaboración de los conceptos. Adolf
von Harnack, que basó sus investigaciones principalmente en
los padres de la iglesia, consideró el gnosticismo como una
herejía cristiana. En 1894 Harnack escribió que los gnósticos, al
interpretar la doctrina cristiana en términos de la filosofía griega,
en cierto sentido se convirtieron en los primeros teólogos
cristianos. Pero, según Harnack, al hacerlo deformaron el
mensaje cristiano y propagaron formas falsas, híbridas, de las
enseñanzas cristianas: lo que él denominó "la aguda
helenización del cristianismo". El erudito británico Arthur Darby
Nock se mostró de acuerdo en considerar el gnosticismo como
una especie de platonismo vuelto al estado silvestre. Otros
historiadores consideraron que, lejos de ser una herejía
cristiana, en sus orígenes el gnosticismo fue un movimiento
religioso independiente. Anz (1897) y Dieterich (1891) fueron
precursores de Bousset (Hauptprobleme der Gnosis, 1907) y
Reitzenstein (1904, 1910, 1921), quienes dentro del ámbito
sincretista-comparatista fueron del gnosticismo a la gnosis
buscando el origen de los sistemas gnósticos del siglo II en
remotas corrientes orientales. Wilhelm Bousset, que siguió la
pista del gnosticismo hasta fuentes antiguas de Persia y
Babilonia, declaró que el gnosticismo era ante todo un
movimiento precristiano que tenía raíces en sí mismo. Por
consiguiente, había que entenderlo en sus propios términos, y
no como un vástago o subproducto de la religión cristiana. El
filólogo Richard Reitzenstein se mostró de acuerdo con
Bossuet, pero argumentó además que el gnosticismo derivaba
de la antigua religión iraniana y se hallaba bajo la influencia de
las tradiciones zoroastrianas. Otros, entre los que se incluía el
profesor M. Friedlander, mantuvieron que el origen del
gnosticismo estaba en el judaísmo: los herejes a los que
atacaron los rabinos en los siglos I y II eran, según Friedlander,
gnósticos judíos.
Como consecuencia de la desenfadada actitud de estos
comparatistas, una serie de historiadores de las religiones se
dedicaron a buscar un punto de apoyo más sólido que la mera
constatación de paralelismos y coincidencias por eruditos que
fueran. Así es como apareció el método fenomenológico
aplicado desde un punto de vista histórico-religioso. Los
representantes de esta corriente percibieron una serie de
actitudes existenciales propias de todas las gnosis y estudiaron
luego sus diversas manifestaciones, pero sin establecer
genealogías apriorísticas. Los más destacados representantes
de este grupo fueron H. Jonas, H. Ch. Puech, Widengren,
Bultmann y Pétrement. Tanto estos comparativistas como los
fenomenólogos trabajan sobre un concepto de gnosis muy
extenso que abarca las religiones de salvación orientales, el
judaísmo, el cristianismo y sus sectas, el mandeísmo, el
maniqueísmo y otros grupos árabes y cristiano-medievales.
Jonas incluye también a Orígenes y Plotino. Defensores del
origen predominantemente helenístico del gnosticismo, como
E. de Faye, insistieron en su punto de vista, y algunos de ellos
como Leisegang (1924) afirmaron que, si bien los contenidos
proceden de Oriente, su forma de pensar es totalmente griega,
rastreable hasta los presocráticos.
En 1934 aparecieron las obras de Hans Jonas y de Walter
Bauer. Hans Jonas se apartó del problema de las fuentes
históricas del gnosticismo preguntándose por su origen
existencial. Jonas sugirió que el gnosticismo habría nacido de
cierta actitud ante la existencia. Señaló que la apatía política y el
estancamiento cultural del imperio de Oriente durante los dos
primeros siglos de esta era coincidieron con la entrada de la
religión oriental en la cultura helenística. Para Jonas, muchas
personas se sintieron en esa época profundamente ajenas al
mundo en que vivían y deseaban una salvación milagrosa como
medio de escapar del encierro de la existencia política y social.
Jonas reconstruyó una visión gnóstica del mundo: una filosofía
del pesimismo acerca del mundo combinado con un intento de
autotrascendencia. Walter Bauer publicó una visión muy distinta
del gnosticismo al reconocer que el movimiento cristiano
primitivo era mucho más diverso de lo que las fuentes
ortodoxas querían indicar. Para él, las manifestaciones de la
vida cristiana que los autores de la iglesia repudiaban por
considerarlas herejías en principio no eran tal cosa, sino que
constituían las únicas formas de la nueva religión, es decir, del
cristianismo. Los eruditos británicos H. E. W. Turner y C. H.
Roberts criticaron a Bauer por simplificar excesivamente la
situación y por no tomar en cuenta los datos que no encajaban
con su teoría.
El descubrimiento de la biblioteca gnóstica de Nag-Hammadi,
en 1946, despertó grandes esperanzas entre los
investigadores, al pensarse que por fin se podría tener acceso a
textos gnósticos originales; sin embargo, poco a poco se fue
cayendo en la cuenta de que su interés estaba más en permitir
una tipología de la gnosis que en posibilitar una historia del
propio gnosticismo. La primera tarea respecto a la biblioteca
consistió en preservar, editar y publicar los textos encontrados.
Un equipo internacional de eruditos, en el que estaban
incluidos A. Guillaumont y H. Ch. Puech (Francia), G. Quispel
(Países Bajos), W. Till (Alemania) e Y. ’Abd al Masih (Egipto),
colaboró en la publicación del Evangelio de Tomás en 1959.
Muchos de ellos trabajaron con M. Malinine de Francia, R.
Kasser de Alemania, J. Zandee de los Países Bajos y R. McL.
Wilson de Escocia en la edición de los textos del códice I.
James M. Robinson, secretario del Comité Internacional para
los Códices de Nag Hammadi, organizó un equipo de
estudiosos de Europa, Canadá y los Estados Unidos para
preparar la edición facsímil de fotografías y una edición erudita y
completa de todo lo hallado, en copto y en inglés. Robinson
envió copias de los manuscritos y las traducciones a colegas
de Berlín. Allí, miembros del Berliner Arbeitskreis fur
koptischgnostiche Schriften (Grupo de Trabajo Berlinés para los
Textos Copto-Gnósticos), círculo que incluye a estudiosos tan
eminentes como los profesores H. M. Schenke, K. M. Fischer y
K. W. Troger, prepararon ediciones de los textos en copto y
alemán, numerosos comentarios, libros y artículos. La Nag
Hammadi Bibliography, publicada por D. M. Scholer y
actualizada por medio de suplementos que se publican
regularmente en la revista Novum Testamentum, incluye
actualmente casi 4.000 libros, ediciones, artículos y reseñas
publicadas en los últimos treinta años sobre la investigación de
los textos de Nag Hammadi.
Estas investigaciones han demostrado que gran parte de la
literatura encontrada en Nag Hammadi es claramente cristiana;
otros de los textos muestran escasa o ninguna influencia
cristiana, unos pocos se derivan principalmente de fuentes
paganas y puede que no tengan nada de gnósticos, y otros
utilizan extensamente las tradiciones judías. Por este motivo, el
estudioso alemán C. Colpe ha expresado dudas en torno a la
búsqueda de los orígenes del gnosticismo por parte de los
historiadores, ya que este método conduce a un retroceso
potencialmente infinito de orígenes aún más remotos sin
aportar mucho a la comprensión de qué sea realmente el
gnosticismo. Por ello varios estudiosos han buscado
recientemente el impulso para el desarrollo del gnosticismo en
acontecimientos o experiencias concretos, y no en sus orígenes
culturales. R. M. Grant ha sugerido que el gnosticismo apareció
como reacción ante la destrucción de las opiniones religiosas
tradicionales judías y cristianas después de que los romanos
arrasaran Jerusalén en 70 d.C. Quispel propuso que el
gnosticismo tuvo su origen en una experiencia del yo
potencialmente universal proyectada hacia la mitología
religiosa. Jonas ha ofrecido un esquema tipológico que
describe el gnosticismo como una clase específica de visión
filosófica del mundo. El erudito británico E. R. Dodds caracterizó
el gnosticismo como un movimiento cuyos escritos procedían
de la experiencia mística. Gershom Scholem está de acuerdo
con Dodds en que el gnosticismo entraña especulaciones y
prácticas místicas.
Hoy día las investigaciones sobre la biblioteca de Nag
Hammadi se hallan divididas en tres vectores principales. El
primero se ocupa de la relación entre el gnosticismo y la
filosofía helenística. Entre los que contribuyen a este aspecto de
la investigación están Hans Jonas, A. D. Nock, A. H. Armstrong,
Bentley Layton, de la Universidad de Yale, y Harold Attridge, de la
Southern Methodist University. Por otro lado, Morton Smith, de la
Universidad de Columbia, estudia las fuentes que dan señales
de prácticas mágicas.
Una segunda corriente, que en gran parte iniciaron J. M.
Robinson y H. Koester, estudia los textos gnósticos desde el
punto de vista literario y de la crítica formal, y explora la riqueza
de simbolismo de los textos gnósticos. El estudioso francés M.
Tardieu ha analizado los mitos gnósticos y L. Schottroff ha
investigado las crónicas gnósticas de las fuerzas del mal. P.
Perkins ha investigado tanto el género como las imágenes,
George MacRae ha contribuido a la comprensión de las
metáforas, de los mitos y de las formas literarias gnósticas;
MacRae y otros, incluyendo a Quispel y a B. A. Pearson, han
demostrado cómo ciertos mitos gnósticos se inspiraron en
tradiciones del judaísmo.
Una tercera dirección investigadora, que a menudo coincide con
la segunda, explora la relación del gnosticismo con el ambiente
religioso de su época. Scholem, MacRae, Quispel y Pearson
han demostrado que algunas fuentes gnósticas se refieren
extensamente a la tradición judía, otros buscan la respuesta a
la pregunta sobre lo que los textos gnósticos dicen sobre los
orígenes del cristianismo. Entre los numerosos eruditos que
han participado en esta investigación se cuentan R. M. Grant, E.
Yamauchi y Elaine Pagels, en los Estados Unidos; R. McL.
Wilson en Escocia; G. C. Stead y H. Chadwick en Inglaterra; W.
C. van Unnik en los Países Bajos; H.-Ch. Puech y el doctor S.
Petrement en Francia; S. Arai en Japón; J. Ménard y F. Wisse en
Canadá; y, en Alemania, además de los miembros del Berliner
Arbeitskreis, A. Bohlig y K. Koschorke. En España, el
descomunal trabajo de Antonio Orbe (1955-1964) consolidó
definitivamente la importancia filológica de los estudios sobre
gnosticismo y reconstruyó la complejidad del sistema filosófico-
teológico de los valentinianos, poniendo de relieve su íntima
coherencia y su carácter racional. La racionalidad del
pensamiento gnóstico, y del valentinismo en particular, en
conexión con su carácter fundamentalmente helenístico, ha
seguido encontrando adeptos: Schneider, Kramer, Boyancé,
Crahay, Eltester, Festugiere, C. J. de Vogel, Langerbeck, etc. A
partir de los años cincuenta se impuso una orientación más
histórico-filológica. Se censuró a los fenomenólogos en
general, y a Jonas y a Bultmann en particular, su excesiva
dependencia de las concepciones existencialistas
especialmente heideggerianas. Se ofreció como alternativa un
atenimiento analítico más riguroso a los textos y al contexto
histórico.
...

Gnosis-2-

Gnosis, gnósticos y gnosticismo. -II-
Las fuentes del gnosticismo.
Como ha señalado José Monserrat, los estudios sobre el
pensamiento en los siglos del Alto Imperio romano han
adolecido, en los últimos cincuenta años, de una especie de
fiebre pangnóstica que ha hecho ver aflorar al gnosticismo por
todos los lados. Así, se ha pensado que fueron gnósticos Pablo
y Filón y, después, Clemente de Alejandría, Orígenes y Plotino.
Pero sobre la base de los acuerdos de Mesina, el
planteamiento de la cuestión no debiera ya inducir a equívocos,
pues el gnosticismo se ha definido como una corriente del siglo
II. Por tanto puede haber gnosis en autores distintos de éste,
pero no gnosticismo.
Los escritos originales en lengua griega de los gnósticos del
siglo II han desaparecido casi por completo; sólo quedan
extractos, fragmentos y resúmenes insertos en las obras de los
escritores cristianos que les combatieron. Por este motivo, el
estudio del gnosticismo del siglo II se ve obligado a basarse en
fuentes muy dispersas y de muy distinto valor, cosa que explica
los dispares resultados a que llegan los investigadores de
ánimo sistematizador.
Fuentes primarias.
Las fuentes primarias para el conocimiento del gnosticismo
son un conjunto de medio centenar de tratados escritos en
lengua copta, en sus dialectos sahídico, acmímico y fayúmico.
El Codex Askewianus contiene cuatro tratados gnósticos
denominados conjuntamente Pistis Sophia. El título
corresponde a los tres primeros tratados, cuyo original griego
podría ser de mediados del siglo III; el libro cuarto es
independiente y parece más antiguo. El Codex Brucianus,
actualmente en la Biblioteca Bodleiana de Oxford, es un papiro
que contiene el tratado El Misterio del Gran Logos (Libro de
Jehú Codex Askewianus), en dos libros, y un escrito mutilado de
carácter setiano. Los manuscritos son de los siglos V-VI. El
Papyrus Berotinensis contiene cuatro tratados: una parte del
Evangelio de María (Magdalena), una recensión breve del
Apócrifo de Juan, la Sophia Jesuchristi y los Hechos de Pedro.
Los originales griegos podrían ser de los siglos Il y III.
La colección más importante de textos gnósticos coptos es la
que fue hallada en 1946 en la población egipcia de Nag-
Hammadi, a unos 100 km al Norte de Luxor, junto al antiguo
cenobio de Chenoboskion. El conjunto comprende 53 tratados,
datables en torno al 400, redactados en diversos dialectos
coptos y copiados por diversas manos. Son los siguientes:
CÓDICE I: 1. Apócrifo de Santiago. 2. Evangelio de Verdad. 3.
Logos sobre la Resurrección. Epístola a Regino. 4. Tratado
tripartito. De tribus naturis. 5. Plegaria del apóstol Pablo.
CÓDICE II: 1. Apócrifo de Juan. 2. Evangelio de Tomás. 3.
Evangelio de Felipe. 4. Hipóstasis de los Arcontes. 5. El origen
del mundo. 6. Exégesis del alma. 7. Libro del atleta Tomás.
CÓDICE III: 1. Apócrifo de Juan. 2. Evangelio de los Egipcios. 3.
Carta de Eugnosto el Beato. 4. Sophia Jesuchristi. 5. Diálogo
del Salvador. CÓDICE IV: 1. Apócrifo de Juan . 2. Evangelio de
los Egipcios. CÓDICE V: 1. Carta de Eugnosto el Beato. 2.
Apocalipsis de Pablo. 3. Primer Apocalipsis de Santiago. 4.
Segundo Apocalipsis de Santiago. 5. Apocalipsis de Adán.
CÓDICE VI: 1. Hechos de Pedro y de los Doce Apóstoles. 2. El
trueno, la mente perfecta. 3. La doctrina auténtica. 4. El
pensamiento de la Gran Potencia. 5. Tratado sobre la injusticia.
6. Discurso sobre la Ogdóada y la Enéada. 7. Plegaria de acción
de gracias. 8. Apocalipsis de Asclepio. CÓDICE VII: 1. Paráfrasis
de Shem. 2. Segundo Logos del Gran Set. 3. Apocalipsis de
Pedro. 4. Enseñanzas de Silvano. 5. Las tres estelas de Set.
CÓDICE VIII: 1. Zostrianos. 2. Carta de Pedro a Felipe. CÓDICE
IX: 1. Melguisedec. 2. El pensamiento de Norea. 3. Testimonio
de Verdad. CÓDICE X: 1. El poseedor de los tres poderes. 2.
Sobre consonantes y vocales. CÓDICE XI: 1. La interpretación
de la gnosis. 2. Jesús el Demiurgo. 3. Allogenes. 4.
Hypsiphrone. CÓDICE XII: 1. Sentencias de Sexto. 2.
Fragmentos del Evangelio de Verdad. 3. Dos fragmentos no
identificados. CÓDICE XIII: 1. Discurso sobre las tres
apariencias. 2. Sobre el origen del mundo.
Este material copto-gnóstico puede ser clasificado desde el
punto de vista de su contenido en dos grandes grupos: por una
parte están los textos gnósticos cristianos, que a su vez dan
lugar a dos grupos: los originariamente cristianos y los que
contienen adiciones cristianas. Por otra parte los textos
gnósticos no cristianos, que pueden dividirse en textos con
contexto veterotestamentario y judaico, y textos con contexto
filosófico.
Fuentes secundarias.
A las fuentes secundarias pertenecen los escritos de los
heresiólogos cristianos y de los filósofos que describieron o
combatieron el gnosticismo del siglo II. Se encuentran
alusiones gnósticas que pueden considerarse precedentes en
San Pablo (Col. I,I5-20; I Tim. I,3-4; 6,20-2I; 2 Tim. 2,I7; 3,6-7;
4,I4; Tito I,I0-I6), San Pedro (2, 2), San Judas (4,I9), el
Apocalipsis (2,6), San Ignacio y San Policarpo. Pero la fuente
principal la constituyen los escritores cristianos que lucharon
contra los gnósticos. Al siglo II pertenecen: San Justino, con su
Apología Primera (155); San Ireneo de Lyon, con su Adversus
Haereses (180); la Epístola Barnabae (140); y la Epístola
Apostolorum (en versión etiópica completa y copta
fragmentaria). Las fuentes secundarias pertenecientes al siglo
III son: San Hipólito y su Refutatio (también conocido por
Elenchos y Philosophoumena) (222-230); Clemente de
Alejandría y su Stromata (215), que contiene fragmentos de
Valentino y Heracleón, entre otros; Orígenes y su In Ioannem
Commentarium (220), que contiene fragmentos del Comentario
de Heracleón, Contra Celsum (248); Tertuliano con De
Praescriptione haereticorum (200), Adversus Marcionem (207),
Adversus Hermogenem (202-203), Adversus Valentinianos
(206-207), Scorpiace (213), De carne Christi (210), De Carnis
Resurrectione (210-211) y De Anima (210-213); el
pseudotertuliano autor de Adversus omnes haereses; Plotino
con su Eneada II, 9; Porfirio y su Vida de Plotino; y finalmente los
Hechos de Tomás. Al siglo IV pertenecen el Acta Archelai de
Hegemonio, el Panarion (374-377) de Epifanio, los Tres
escritos contra Bardesanes, Marción y Mani de Efrén Sirio, Liber
de haeresibus (385-391) de Filastrio, De Recta in Deum fide de
Pseudo Orígenes, la Historia Eclesiástica (303) de Eusebio, y el
Adversus Nationes (303-310) de Arnobio. Finalmente, las
fuentes del siglo V son: Teodoreto de Ciro con su Haereticorum
fabularum compendium fica (453) y Eznik de Kolb con Contra
las herejías, en armenio.
Los evangelios gnósticos.
Entre las fuentes primarias para el estudio del gnosticismo
merecen ser destacadas en un apartado especial los
evangelios gnósticos. Según José Monserrat Torrents, los
evangelios gnósticos son "aquellos escritos que contienen la
revelación terrestre del Jesús espiritual (resucitado) acerca del
Dios desconocido y de la esencia espiritual de los elegidos". Se
trata del tercer grupo en que pueden clasificarse sucesivamente
los evangelios desde una perspectiva evolutiva. El primero sería
el "grupo sinóptico" y estaría constituido por los evangelios de
Marcos, Mateo, Lucas y quizá el Evangelio de los Hebreos; en
ellos predomina la estructura biográfica, que sirve de base a
una incipiente teología de la elevación del hombre Jesús a
categoría divina. El segundo grupo sería el de los "evangelios
exegéticos", en el que se incluirían los de Juan y Tomás; estos
serían escritos de escuela que operan exégesis sobre el
material biográfico de los sinópticos para extraer doctrina
teológica pregnóstica o gnóstica. El tercer grupo, el de los
"evangelios gnósticos", prescinde casi totalmente del elemento
biográfico para limitarse a las revelaciones de Jesús
resucitado. Los gnósticos utilizaban en la práctica parte del
Antiguo Testamento, sobre todo el Génesis y el Éxodo, los
evangelios primordiales y las cartas de Pablo. En cada caso
aplicaban el método exegético que les convenía para sus
finalidades teológicas: el método literal para los pasajes
cosmológicos del Génesis, para interpretar el mensaje del
Jesús psíquico contenido en los sinópticos y para los pasajes
de Juan y de Pablo que expresaban ya esbozos gnósticos;
utilizaron por el contrario el método alegórico para desvelar el
sentido simbólico de algunos textos de la ley y la doctrina
gnóstica contenida en la predicación del Jesús psíquico.
Los evangelios gnósticos se han conservado casi
exclusivamente en traducciones coptas. Se agrupan en doce
códices y ocho hojas encartadas en uno de ellos. Contienen en
total cincuenta y dos tratados, seis de los cuales son
duplicados. De entre ellos, seis eran ya conocidos, bien en
griego, en latín o en copto. Si se tiene en cuenta que diez de los
escritos se hallan en estado muy fragmentario, puede decirse
que la biblioteca de Nag Hammadi ofrece una treintena de
títulos completamente nuevos. Los textos son todos
traducciones del griego al copto, la mayoría de ellos al dialecto
sahídico y algunos al subacmímico. Las copias pueden datarse
en un arco temporal que va del siglo IV al siglo VI. Los originales
griegos pertenecen en su mayoría a los siglos III y IV, y algunos
al siglo II. Los tratados pueden dividirse en cristianos (la
mayoría) y no cristianos, es decir, judáicos, herméticos,
paganos... Casi todos presentan carácter gnóstico, y se ha
intentado relacionarlos con las variantes del gnosticismo
cristiano conocido por los heresiólogos: valentinianos, setianos,
ofitas, etc. Sobre el origen y función de estos evangelios, la
autorizada opinión de José Monserrat Torrents los hace
proceder del alimento espiritual de comunidades de monjes
pacomianos inclinados al cultivo de las sabidurías minoritarias.
Los escritos gnósticos coptos que pertenecen al género literario
del evangelio son los siguientes: Apócrifo de Santiago, Apócrifo
de Juan, Evangelio de Tomás, Evangelio de Felipe, Libro del
atleta Tomás, Sophia Jesuchristi, Diálogo del Salvador, Primer
Apocalipsis de Santiago, Apocalipsis de Pedro, Carta de Pedro
a Felipe, Evangelio de María, Los dos libros de Jehú y Pistis
Sophia.
Fenomenología de la gnosis.
Los estudios de H. Ch. Puech se han centrado en el contenido y
la significación de la gnosis, su formulación, el lugar central del
problema del mal en ella y la liberación de éste mediante la
salvación. Estas pautas y orientaciones servirán para la
descripcipción general del fenómeno gnóstico.
Contenido y significación de la gnosis.
La palabra "gnosis" en su sentido propio significa
"conocimiento". De un modo más particular dentro de los
sistemas religiosos a los que fundamenta, la gnosis aparece
como un conocimiento que trae consigo y procura por sí mismo
la salvación; se trata de una ciencia liberadora o salvadora, un
saber que es en sí y por sí mismo salvación. De ahí que suela
llamarse "gnosis" a toda doctrina o actitud religiosa fundada
sobre la teoría o la experiencia de la obtención de la salvación
mediante el conocimiento. Pero esta definición, como ha escrito
H. C. Puech, es insuficiente por imprecisa, ya que no precisa si
ese conocimiento es adquirido o revelado, racional o místico,
discursivo o intuitivo. Además, en las numerosas y diversas
manifestaciones a lo largo de la historia, aparentemente
independientes unas de otras, la actitud gnóstica se revela
como coherente, una y constante, lo que la hace constituir un
tipo distinto y original de religiosidad.
La gnosis debe ser considerada, por tanto, como un fenómeno
específico común a diferentes ámbitos de la Historia de las
religiones, del que puede descubrirse la estructura que define
su esencia, los elementos que la componen y la manera en que
éstos se articulan entre sí, los mecanismos que la presiden, y
las experiencias y las exigencias a las que el fenómeno
respondió. Pero hay que tener en cuenta que los movimientos,
sistemas o teorías que han recibido el nombre o etiqueta de
"gnósticos" son movimientos múltiples y dispersos, sectas
diversas, escuelas variadas o teorías que continuamente han
estado cambiando de forma en función de las fantasías de sus
adeptos. Nominados como "gnosticos" han sido: los
gnosticismos cristianos, o más o menos cristianizados, de
naturaleza netamente heterodoxa; gnosis paganas o exteriores
al cristianismo, como el mandeísmo, el hermetismo, doctrinas
de los Oráculos caldeos, de los viri noui mencionados por
Arnobio, ciertos pasajes de los papiros mágicos griegos, etc.; el
maniqueísmo; las sectas llamadas "neomaniqueas" o
"neodualistas", como el priscilianismo, el paulicianismo, el
bogomilismo y el catarismo medieval; las ciencias ocultas,
como la magia, la astrología, la alquimia; las gnosis cristianas
ortodoxas de Clemente de Alejandría, Orígenes y Evagro el
Póntico; la Kábala o corrientes pregnósticas o gnostizantes del
judaísmo; diversos sistemas de cariz teosófico o esotérico
nacidos en el seno o al margen del Islam y las religiones del
Extremo Oriente, o aquellos propios de la Europa moderna.
La reunión de cosas tan diversas bajo la etiqueta de "gnosis"
suscitó fuertes objeciones. Se argumentó que la diversidad
predominaría sobre la unidad y que no quedarían más que
gnosticismos relacionados entre sí, como mucho, por un vago
aire de familia, la misma participación en el espíritu de una
época determinada, o las relaciones efectivas que el historiador
pudiera llegar a establecer entre uno y otro. Además, la palabra
gnóstikoi no habría designado nunca en los autores de los
primeros siglos de nuestra era más que un grupo restringido y
definido de sectarios o una élite de creyentes, de modo que
extenderlo a los adeptos de otras escuelas heterodoxas de la
Antigüedad cristiana constituiría una novedad y abuso de la
crítica moderna.
Pero a pesar de todo, no han faltado quienes han discutido y
matizado estos argumentos señalando que la extensión y
generalización historiográfica del término "gnosis" ha
respondido a necesidades derivadas del avance en la
investigación científica a partir del descubrimiento sucesivo del
carácter gnóstico de sistemas religiosos o teosóficos cada vez
más numerosos. Desde los heresiólogos y autores de la época
patrística hasta Harnack, K. Kessler, W. Brandt y los
representantes de la Religionsgeschichtliche Schule, se ha ido
abriendo cada vez más el concepto de gnosis. Esta ampliación
ha llevado a dicho concepto, desde un significado reducido de
herejía, cuyo estudio pertenecía propiamente a la Historia de la
Iglesia cristiana, hasta "la gnosis" como un fenómeno general
de la Historia de las religiones que sobrepasa con mucho, por
su extensión, los límites y el ámbito del cristianismo antiguo, y
que además de exterior fue con probabilidad anterior al
nacimiento de éste. Por esto las gnosis cristianas heterodoxas
no representarían más que una expresión concreta entre
muchas otras del gnosticismo; no serían herejías inmanentes
al cristianismo, sino resultados del encuentro y de la fusión
entre la nueva religión y una corriente de ideas y sentimientos
que existía ya con anterioridad a la aparición del fenómeno
cristiano. La gnosis, por tanto, revistió formas cristianas del
mismo modo que había tomado de otros sitios formas
paganas, al adaptarse a las mitologías orientales, a los cultos
de misterios, a la filosofía griega o a las ciencias y artes ocultas.
A partir de los estudios de la escuela comparatista, puede
decirse que la respuesta a la pregunta sobre qué es la gnosis
tiene tres aspectos: en primer lugar, se refiere a los términos
que, tomados aisladamente o en una acepción técnica,
designan la gnosis o el acto que le es propio como gnosis,
epignosis, gignoskein, gnorizein, epigignoskein, etc., así como
sus contrarios agnosia, agnoia, agnoein, etc., y sus
equivalentes latinos, hebreos o arameos, mandeos, iranios,
coptos o provenzales; en segundo lugar, remite a otros términos
empleados en relación constante con aquellas palabras o
como sinónimos suyos, y que lo mismo determinan los objetos
de la gnosis (aquello de lo que este conocimiento es
conocimiento, como Dios, el hombre, el "júbilo", los "misterios",
las "profundidades", los "nombres", "todas las cosas"...) como
sirven para caracterizar la gnosis o simbolizarla (piedad, fe,
intelección, iluminación, visión, carisma, camino...); en tercer
lugar, conduce a fórmulas más desarrolladas mediante las
cuales los gnósticos declaraban expresamente y con mayor o
menor amplitud lo que entendían por "gnosis". Estos aspectos
analíticos han conducido a la conclusión de que la gnosis es
"una experiencia o se refiere a una eventual experiencia interior,
llamada a convertirse en un estado inadmisible, en virtud de la
cual, en el curso de una iluminación que es regeneración y
divinización, el hombre se reinstala en su verdad, rememora y
alcanza nuevamente conciencia de sí, es decir,
simultáneamente de su naturaleza y origen auténticos; así es
como se conoce o se reconoce en Dios, conoce a Dios y se
aparece a sí mismo como emanado de Dios y extraño al
mundo, adquiriendo de esta forma, con la posesión de su ’yo’ y
condición verdaderos, la explicación de su destino y la
certidumbre definitiva de su salvación, al descubrirse como ser,
de derecho y desde toda la eternidad, salvado" (H. Ch. Puech).
La formulación de la gnosis.
La insuficiencia del análisis de la palabra "gnosis", tomada
aisladamente o en relación con otros términos útiles para
especificar su sentido, ha conducido a examinar las
definiciones más o menos explícitas que gnósticos
determinados pudieron dar sobre su actitud, sus aspiraciones o
sus pretensiones. Por ello, se han reunido, estudiado y
confrontado numerosos textos que han proporcionado bien la
fórmula completa o bien algunos de los elementos de tales
definiciones. Los más significativos proceden de documentos
valentinianos, como los Excerpta ex Theodoto, el Evangelio de
Verdad, el Adversus haereses de San Ireneo y de los Hechos de
Tomás, a los que se han añadido otros procedentes de
diversas escuelas de gnosticismo, cristiano o no cristiano,
sectas de los peratas y los naassenos, maniqueísmo,
hermetismo, mandeísmo y sabeísmo.
En primer lugar, la gnosis formula sobre el hombre la certeza de
que por su origen no es de este mundo, aunque se encuentre
en el mundo. En todos los textos de esos grupos o escuelas las
fórmulas se repiten reiteradamente en la estructura de una
interrogación constante del hombre sobre sí mismo y sobre su
condición en un mundo en el que se siente extraño o mal
adaptado: ¿de dónde he venido?, ¿dónde estoy?, ¿a dónde
voy?; es decir, ¿qué era yo?, ¿qué soy yo?, ¿qué seré?. Y, como
señala H. Ch. Puech, la gnosis proporciona la respuesta común
a esta triple cuestión, al desvelarle al individuo su pasado, su
presente y su porvenir, al mismo tiempo que le revela su
verdadera naturaleza, su ser auténtico y permanente, le hace
conocer o reconocer "quién es", lo que es en sí mismo y nunca
ha dejado de ser a pesar de la serie de sucesos que le
condujeron acá abajo y que constituyen su historia y su destino
aparente. El ser humano se dirige hacia un lugar y un estado
que es idéntico al lugar y al estado que, en el principio y más
allá del mundo y del devenir, fueron primitiva y anteriormente los
suyos.
En segundo lugar, la formulación gnóstica es una revelación
eficaz. No se trata tanto de un conocimiento puramente
intelectual o especulativo, que enseña las soluciones teóricas
de problemas más o menos abstractos, sino que la respuesta
dada es concreta e incide directamente sobre las cuestiones
vitales nacidas de la angustia o de la inquietud humana. Si el
hombre es capaz de interrogarse así sobre el sentido de su
existencia y sobre su salvación es porque el conocimiento se
encuentra ya presente en él y opera en él suscitando las
cuestiones a las que aquél se encarga de responder.
En tercer lugar, las formulaciones y definiciones gnósticas
parecen proceder de un género particular de la literatura
religiosa o didáctica como es el catecismo iniciático o la
exposición escolar por preguntas y respuestas. Son muy
parecidas a fórmulas similares reunidas en un gran número en
ciertos escritos iranios, y en autores griegos y latinos desde
Cicerón a Macrobio, principalmente estoicos y neoplatónicos,
como los de Porfirio, o con con ciertos detalles de los tratados
de la época imperial relativos al alma.
En cuarto lugar, las fórmulas gnósticas están impregnadas de
sabor mítico derivado de la nostalgia con que el gnóstico
contempla su situación inicial, cuya imagen y recuerdo orienta
los diversos aspectos de su actitud y pensamiento. Se ve en el
gnosticismo una gran coherencia interna, el carácter cíclico y
egocéntrico de su construcción, y el papel capital que en ellas
juega la noción del yo intemporal, ontológico, que el gnóstico
encuentra mediante el retorno a su origen, y que para él define
la condición que al comienzo había sido suya en un pasado
inmemorial. Las fórmulas gnósticas, además de ordenar el
contenido global de una experiencia, dibujan las líneas
maestras del mito en el que esta experiencia encuentra su
expresión y la necesidad de salvación su satisfacción. Así, por
ejemplo, el sistema maniqueo, basado en la doctrina de los
"Tres Tiempos" o de los "Tres Momentos", el initium, el medium
y el finis (el comienzo, el medio y el fin), representa la grandiosa
elaboración, en un plano universal del mito a la vez
antropológico, cosmológico y soteriológico, que subyace a las
fórmulas.
Cuando se intenta precisar en concreto, bajo una forma directa y
primitiva, la experiencia y los procesos concretos que estas
formulaciones gnósticas suponen, expresan y organizan ya de
manera abstracta, la primera cuestión que surge es la que se
interroga sobre la condición humana. Dado que ésta le parece
al gnóstico insoportable, la pregunta apunta directamente hacia
el problema del mal. Gracias a los testimonios convergentes de
San Ireneo, San Epifanio, Tertuliano, Eusebio, Plotino, Tito de
Bostra, San Agustín y San Juan Damasceno, se ha podido
demostrar que el problema del mal era para los gnósticos un
problema primordial e incluso obsesivo. La pregunta por el mal
no se formula de modo conceptual, sino que el gnóstico se ve
impulsado a buscar el origen y la causa de los sufrimientos que
él mismo padece; en concreto, el gnóstico persigue, desde el
comienzo, al responsable del mal, lo que le llevará tarde o
temprano a entablar un proceso con Dios. Los textos decisivos
de Metodio de Olimpo y de San Agustín ilustran de modo
decisivo esta experiencia del mal y las reacciones que provocan
en el alma del gnóstico.

Gnosis-3-

Gnosis, gnósticos y gnosticismos. -III-
El problema del mal en el gnosticismo.
El problema del mal en el gnosticismo no es un problema
añadido a la existencia del gnóstico. Desde el principio de su
vida éste se siente a disgusto o "descolocado" en el mundo,
porque experimenta como una enfermedad o un sufrimiento,
como un estado extraño y malo, en cualquier caso insoportable,
la situación en que se encuentra instalado en este mundo. Este
es el sentimiento inicial: "si no estoy hecho para este mundo, o
si este mundo no está hecho para mí, ¿qué he venido a hacer
en él? Si mi condición actual la sufro como contraria a lo que
debería ser, como un mal, ¿por qué estoy aquí, qué ha sucedido
para que esté yo aquí, para que haya venido aquí? ¿Mediante
qué procedimientos escapar a esta suerte inadmisible? De la
prueba del carácter anormal, humillante, doloroso de mi
situación actual, de la constatación efectiva de la presencia del
mal en el mundo, nace y se deduce espontáneamente, según
parece, la necesidad de explicarme a mí mismo una situación
semejante, así como la de salir de ella, de librarme del mal, es
decir, de evadirme del mundo; en una palabra: de buscar y de
encontrar la salvación, mi salvación" (H. Ch. Puech).
Cuando los gnósticos buscaban el origen del mal no
interpretaban este término referido primordialmente al mal
moral. La palabra griega kakía originalmente significaba "lo que
es malo": lo que uno desea evitar, por ejemplo, el dolor físico, la
enfermedad, el sufrimiento, el infortunio, toda clase de males.
Así, cuando los seguidores de Valentino preguntaban por la
fuente de la kakía, se referían especialmente a males de índole
emocional: miedo, confusión, congoja. Según el Evangelio de la
verdad, el proceso de autodescubrimiento empezaba cuando
una persona experimentaba la angustia y el terror de la
condición humana, como si se hubiera extraviado en la niebla o
su sueño se viese turbado por pesadillas aterradoras. De ahí
que San Ireneo escribiera sobre los gnósticos: "Dicen que toda
materialidad se formó partiendo de tres experiencias: terror,
dolor y confusión (’aporía’: literalmente: "carencia de camino",
"no saber adónde ir")".
La respuesta sobre la condición humana tal como la
experimenta y la imagina el gnóstico, al tratar de descubrir bajo
qué formas siente y concibe el mal como inherente a su
existencia en el mundo, la vive y conceptúa en tres ámbitos: en
el cuerpo, en el tiempo y el mundo.
En primer lugar está el propio cuerpo. Puesto que las
experiencias dolorosas, especialmente el temor a la muerte y la
disolución, están localizadas, en primer lugar, en el cuerpo, el
gnóstico tendía a desconfiar del cuerpo, considerándolo el
saboteador que inevitablemente le hacía sufrir. Para esclarecer
la manera cómo el gnóstico se ve a sí mismo en su cuerpo,
cómo se lo figura y cuáles son respecto a él sus reacciones y
sus juicios, nada mejor que fijarse en las imágenes, símbolos
o metáforas que sirvieron a los gnósticos para ilustrar la
representación que se hacía de él, escrutar su contenido y
precisar su origen, su sentido y su alcance efectivo. Los
numerosos textos gnósticos asimilan el cuerpo a un vestido, a
un cadáver, a una tumba, a una prisión, a una cadena, a un lazo,
a un ser animado, a un compañero mal intencionado o
indeseable, a un intruso, a un facineroso, a un adversario cuya
enemistad, envidia y rebelión excitan y mantienen
contradicciones, luchas, revueltas, guerras intestinas y, a veces,
también a un dragón devorador y a un mar tumultuoso y
amenazante. Como potencia activa y fuerza actuante, el cuerpo
es causa de desórdenes y trastornos, de desgarramiento y de
temor. El alma experimenta su coexistencia con la carne como
un estado de violencia en una dirección activa y pasiva.
Activamente, porque el cuerpo ata y somete al alma a una
condición contraria a su propia naturaleza y al mismo orden
natural, encadenándola contra su voluntad a un compañero
extraño que se conduce como un parásito y se revela como su
enemigo: el cuerpo introduce la violencia en el alma por medio
de las pasiones y de los conflictos que éstas provocan.
Pasivamente, porque el cuerpo es una masa inerte y pesada
que el gnóstico siente como una envoltura que le entorpece,
como una carga o como el peso de un fardo que tira y arrastra
hacia abajo, o como un cabestro que aprieta, ahoga y oprime su
alma en la angustia. El estado en que se encuentra el alma en
el cuerpo se caracteriza en dos palabras: "extravío", es decir,
agnoia o anoia, pérdida u obnubilación momentánea del nous,
de la inteligencia, y "abyección", lo que equivale a decir que, a
juicio del gnóstico, el cuerpo es malo, es la sede o la
encarnación del mal, si es que no es el mal mismo, y sólo
puede ser objeto de odio, de un resentimiento que se traducirá
en desprecio o en rebeldía.
En segundo lugar encontramos el tiempo. El tiempo para el
gnóstico se caracteriza por su fluidez, evanecescencia, rigidez y
repugnancia. Primero su fluidez. El gnóstico reduce el tiempo a
puro devenir. El tiempo se percibe y vive en un cierto sentido
como perpetua mutabilidad, como inestabilidad, como
inconstancia, con lo que en definitiva corre el riesgo de adoptar
la apariencia de un fenómeno inconsciente y vano. El devenir
humano reviste un aspecto lúgubre y trágico, y adquiere un cariz
dramático lo mismo si limita su curso a los términos de la
existencia presente interrumpida por la muerte, que si se lo
imagina fluyendo a través de la serie interminable de
reencarnaciones indefinidamente prolongada con su cortejo de
desilusiones y sufrimientos. Además, el tiempo es
evanescente. El tiempo separa y aleja incesantemente de Dios
y, en definitiva, del fondo mismo del ser humano; coloca y
mantiene a éste en un estado de desgracia agravado e
irremediable, sin que se le pueda asignar un final a lo largo de
una duración infinita: "El tiempo en sí mismo es insuficiencia,
ha nacido de un desastre, de una deficiencia, del
derrumbamiento y la dispersión en el vacío, en el ’kerôma’, de
una realidad existente con anterioridad, una e integral, en el
seno del ’Plerôma’, de la plenitud, o del ’Aiôn’, de la Eternidad.
Obra defectuosa de un Creador a su vez inferior e ignorante, el
tiempo es un ’pseudos’, un ’mendatium’, una suerte de
impostura y de caricatura, casi una ilusión. Ilusión sin embargo
avasalladora, puesto que por medio del tiempo es como el
Demiúrgo o algún otro Poder maléfico, el ’Kosmokrator’ que es
también ’Kronokratór’, ejerce y conserva su dominación sobre el
mundo material y el destino del hombre en este mundo" (H. Ch.
Puech). El tiempo para el gnóstico es también rígido como una
cadena, es decir, un encadenamiento del tiempo y al tiempo tan
riguroso que la mayoría de los sistemas de gnosis están de
acuerdo en concebirlo bajo las especies de una Fatalidad.
Finalmente, y como consecuencia de esos caracteres de
fluidez, alejamiento y rigidez que dispersan y oprimen su
existencia, el gnóstico acabará por manifestar frente al tiempo la
misma repugnancia y la misma hostilidad que frente al cuerpo.
El tiempo es también, lo mismo que el cuerpo, algo malo, y la
existencia es el mal por el hecho de hallarse sumergida en el
tiempo, prisionera del tiempo y víctima de su engañosidad. Por
todo ello, el gnóstico aspira a verse liberado del tiempo,
restablecido en un estado que supone fue el suyo en los
orígenes: en la estabilidad y la verdad del Plerôma, del Aiôn, del
ser eterno, de su ser pleno. El ideal de la salvación y las
condiciones de su obtención son en este caso casi
exclusivamente intemporales.
En tercer lugar tenemos el mundo, el kosmos. Algunas de las
imágenes y metáforas con las que el gnosticismo,
especialmente los mandeos y maniqueos, expresan las
impresiones sentidas en su contacto con el mundo son las de
una fortaleza herméticamente cerrada, rodeada de muros o de
fosos infranqueables, una prisión, una noche o inmensas
aguas tenebrosas, una cloaca, un desierto. Las experiencias y
los juicios que subyacen a tales símbolos se expresan en
términos como "caos confuso" o "caos amargo"; el mundo
impresiona y hiere la sensibilidad del gnóstico a causa de su
agitación desordenada y absurda; ruina que se desploma sobre
sí misma, el lugar de la caducidad, de la imperfección y de la
muerte; feo, horroroso, carente de valor. Por caótica que pueda
parecerle la masa del mundo que le envuelve, el gnóstico
seguirá sintiéndose sometido a la tiranía, al orden necesario o
fatal, a las órdenes inflexibles, para ser más exactos, que
imponen al kosmos los poderes maléficos, dueños de las
revoluciones astrales. Existir aquí abajo es por tanto una
"catástrofe", un tormento infernal. La impresión más dolorosa
es la de hallarse, en el seno del mundo, bloqueado en una
situación sin salida, privado, amputado de cualquier
comunicación con el exterior, excluido de cuanto hay fuera del
mundo y es "otra cosa" que el mundo, excluido de ese "más
allá" que, por contraste, el gnóstico se imagina como plenitud,
saciedad, libertad, gozo y, en consecuencia, "vida verdadera". La
presencia del mundo "obnubila" el espíritu, le sume en la
embriaguez, el sueño y el olvido. El mundo es, al igual que el
cuerpo, "calabozo", el lugar del olvido de uno mismo y de los
demás y "exilio" que hace al hombre extraño al mundo, y al
mundo extraño al hombre. Esta certeza refuerza o reaviva el
sentimiento de hallarse abandonado en el mundo, la de vivir
desamparado en medio de una inmensa soledad, en un
universo desierto que es desolación y ausencia. De ahí
proviene el hastío y la ansiedad del gnóstico: "La angustia y la
miseria acompañan a la existencia como la herrumbre al hierro"
(Basílides).
La conclusión del gnóstico sobre el mundo es clara: el mundo
es malo y, por esta razón, se halla condenado; porque en él el
hombre experimenta el mal y se siente mal; porque el mal, en
principio, está en existir, y en existir en el mundo. Casi todos los
textos gnósticos se hallan de acuerdo en este pesimismo. El
gnóstico acaba por desembocar en la constatación capital:
"Estoy en el mundo, pero no soy del mundo". Y, desde este
punto de vista, el mundo y la existencia en el mundo tendrán
que representarse como malos porque son una "mezcla",
mezcla violenta y anormal de dos naturalezas o de dos modos
de ser contrarios e inconciliables, con exigencias antagónicas.
Pero ello plantea el problema de la causa de semejante
situación, de la responsabilidad del kosmos y de la posibilidad
de una salvación de la fatalidad cósmica, de su servidumbre, de
la angustia y de los sufrimientos en el mundo. El hecho de que
no pueda ser el mismo ser que cargue con la responsabilidad
del mundo y del mal el que pueda liberar del mundo y del mal,
de que el Salvador no pueda ser el Creador, plantea al gnóstico
el problema esencial de los dioses.
 
La liberación del mal en el gnosticismo.
Puesto que para el gnóstico el mal consiste, ante todo, en su
propia presencia en el mundo o en la presencia del mundo ante
él, resulta fácil prever hacia qué direcciones se inclinará para
tratar de liberarse del mal y descubrir su primer origen y su
razón de ser.
En primer lugar, el gnóstico intentaba descubrir el origen
primero del mal como respuesta a una interrogación
interesada, apremiante y apasionada. Por ello no preguntaba
por un principio más o menos impersonal y abstracto de
explicación, una cosa, una causa objetiva del mal, sino por un
autor, por alguien con quien habérselas y sobre quien
concentrar su resentimiento. Puesto que el mal es inherente al
kosmos, el gnóstico se sentirá impulsado con toda naturalidad
a identificar al autor del mundo, al responsable de la Creación,
con el autor del mal, y a distinguir, para oponerlos radicalmente
entre sí, entre el Creador, el Demiurgo, y el Dios extraño al
mundo; entre un "dios" del mundo o del Mal y el Dios del Bien y
de la Salvación.
En segundo lugar, de un modo general, puede decirse que
escapar del mal, liberarse de él, equivale en el gnóstico a huir
del mundo, a librarse, salvarse, o ser liberado y salvado del
mundo. Se trata de una situación de cautividad de la que el
alma debe salir a todo trance y cuyo problema principal es el de
encontrar el camino del "éxodo". El proyecto de evasión fuera del
alcance y dominación del mundo, y consecuentemente del mal,
se lleva a cabo a través de tres etapas principales, correlativas
con una disyunción progresiva del "yo" y del "mundo": "volverse"
o "hacerse extraño al mundo" (apallotriousthai), "separarse",
"sustraerse" de él (apokoptesthai, khoristhenai) y "salir" del
kosmos (diéxodos, diéleusis) sinónimo de "tránsito", de
"muerte". De estas tres etapas reviste especial importancia,
según Puech, la primera.
Lo que inicialmente era para el gnóstico un sentimiento del
propio cuerpo y del mundo como otra cosa distinta que él
mismo, como algo que no le era propio, se va precisando y
desarrollando poco a poco en su conciencia hasta explicitarse y
justificarse mediante una serie de razonamientos que
expresarán afirmativa y sistemáticamente una tesis de alcance
ontológico. La impresión de disparidad se acaba transformando
en la de "extrañeza" y, finalmente, en la de incoherencia y en la
de radical inadecuación. La presencia del mundo, percibida por
el gnóstico como extraña, le aparecerá entonces como
"extranjera", al mismo tiempo que él se verá como extranjero en
ese mismo mundo. Para explicar esta extraña situación de
extranjero en un mundo extranjero el gnóstico construyó
explicaciones dogmáticas en forma de mitos reveladores de su
origen y de su verdadero ser: su fuente y su lugar propios están
más allá del cuerpo, del tiempo y del mundo. El gnóstico se
concebía a sí mismo de una naturaleza "completamente otra",
radicalmente otra que la del cuerpo, tiempo y mundo. La
disparidad que constataba en sus relaciones con ellos se le
revelará así fundada sobre una heterogeneidad, y la extrañeza
de su existencia presente, sobre una anomalía. De esta manera
la diferenciación, nacida de una impresión afectiva, desemboca
en la constitución y separación de dos seres o dos órdenes, de
dos modos de ser que, si coexisten de hecho, de derecho son
incompatibles. La diferencia del yo con respecto al mundo no es
ya de orden sentimental, sino de orden ontológico. En definitiva,
la serie de reflexiones que, suscitadas por la experiencia del
mal inherente a la existencia en el mundo, lleva al gnóstico a
sentirse cada vez más positivamente como extraño al kosmos,
desemboca en una revelación decisiva, en una certeza capital: a
fin de cuentas, se entera o sabe, conoce o reconoce que, por
más que se halle vertido al mundo y viva en el mundo, no es del
mundo, no le pertenece, sino que viene y es de otra parte. "Tú
no eres de aquí, tu raíz no es del mundo", le revela en el texto
mandeo el Ginza de Derecha; "Tú no provienes de aquí, tu cepa
no es de aquí: tu lugar es el lugar de la Vida", le dice el Ginza de
Izquierda; "Yo no era un hijo de la casa, mi raíz no es del
mundo" y "yo soy un hombre del Otro Mundo", se lee en el Libro
de Juan. Estos mismos sentimientos y la misma convicción son
compartidos por otros gnósticos como los valentinianos, el
autor de la Pistis Sophia y los cátaros medievales.
El gnóstico, convencido de que las únicas vías para salir del
mal se encontraban dentro de él, emprendía un viaje interior e
intensamente privado. Quienquiera que llegue a experimentar
su propia naturaleza, la naturaleza humana, como la fuente de
todas las cosas, recibirá iluminación. Haciéndose cargo del Ser
esencial, de lo divino que hay dentro, el gnóstico gozaba de
verse liberado de los constreñimientos externos para celebrar
su identificación con el ser divino. En el proceso de liberación, el
gnóstico seguía una senda esencialmente solitaria. Según el
Evangelio de Tomás, Jesús alababa así esta soledad:
"Bienaventurados seáis los solitarios y los elegidos, porque
vosotros encontraréis el Reino. Porque vosotros sois de allí y
allí regresaréis". Esta soledad procede de la insistencia de los
gnósticos en la primacía de la experiencia inmediata. Nadie
más puede decirle a otro qué camino debe coger, qué debe
hacer, cómo ha de actuar. El gnóstico no podía aceptar como
acto de fe lo que decían otros, salvo como medida provisional,
hasta que uno encontrara su propio camino, ya que cuando
madura deja de apoyarse en el mero testimonio humano y en
lugar de ello descubre su propia relación inmediata con la
verdad misma.
Según Elaine Pagels, fue precisamente esta búsqueda solitaria
de experiencias inmediatas o iluminaciones espirituales lo que
condujo a muchos cristianos en los siglos III y IV a adoptar
formas ascéticas de auto-disciplina, buscando la percepción
religiosa a través de la soledad, las visiones y la experiencia
extática. Así nacieron los monjes. Los términos "monje" y
"monástico" tienen su etimología en la palabra griega monajos,
que significa "solitario" o "solo", precisamente el nombre que en
el Evangelio de Tomás se utiliza con frecuencia para referirse a
los gnósticos. La iglesia oficial, en vez de excluir a este
movimiento monástico, albergó en su seno sus ideas y
prácticas tomando duras medidas para someterlo a la
autoridad episcopal. El estudioso Frederik Wisse ha sugerido
incluso que los monjes que vivían en el monasterio de San
Pacomio, a poca distancia del lugar donde se encontraron los
manuscritos, fueron los que incluyeron los textos de Nag
Hammadi en su biblioteca devocional. Pero en 367, cuando San
Atanasio, el poderoso arzobispo de Alejandría, ordenó que se
purgasen todos los "libros apócrifos" con tendencias heréticas,
uno o varios de los monjes habrían escondido y enterrado los
preciosos manuscritos en la jarra donde se encontraron en la
montaña de Jabal al-Tarif.
El gnosticismo y el cristianismo institucional.
Los aspectos en que los gnósticos, según San Ireneo o según
los textos de Nag Hammadi, se diferencian y se oponen al
cristianismo institucional u ortodoxo se presentan con relativa
claridad. Elaine Pagels ha estudiado estas discrepancias
desde dos perspectivas: una general, que atiende a las
diferencias fundamentales, y otra concreta, que se interesa por
algunas cuestiones particulares muy significativas. Las
cuestiones particulares en las que ambas formas religiosas se
oponen serían la forma diferente de comprender la resurrección
de Cristo, la forma contradictoria de conceptuar la organización
de la autoridad, la forma distinta de entender la participación de
la mujer en la religión y las formas discrepantes de interpretar el
martirio. Desde una perspectiva general y fundamental, las
diferencias se centran en el camino de acceso a Dios, en la
diferente evaluación de la condición humana y de la forma de su
liberación, en el juicio que les merecía Jesús de Nazaret y en el
significado literal o simbólico asignado a los acontecimientos
históricos. Veamos desde la perspectiva general las diferencias
fundamentales entre el gnosticismo y el cristianismo ortodoxo o
institucional.
La primera diferencia se encuentra en el modo de entender el
camino de acceso a Dios. El camino de salvación que el
gnosticismo ofrecía era distinto del seguido por el cristianismo
institucional. Para éste el encuentro salvador con Dios
solamente se realiza a través de Cristo, "nadie va al Padre, sino
por mí", y a éste sólo se accede a través de la Iglesia y de sus
sacramentos. Los cristianos ortodoxos insistían en que la
humanidad necesitaba un camino dado de un modo divino y
más allá del propio poder humano para acercarse a Dios:
"Fuera de la iglesia no hay salvación". Sin embargo, los
gnósticos ofrecían otra perspectiva religiosa diferente. Según el
Diálogo del Salvador, por ejemplo, cuando los discípulos le
preguntaron a Jesús "¿Cuál es el lugar al que debemos ir?", Él
respondió: "el lugar al que podéis llegar, ¡colocaos allí!". El
Evangelio de Tomás relata que cuando los discípulos
preguntaron a Jesús a dónde debían ir, Él se limitó a decirles:
"Hay luz dentro de un hombre de luz e ilumina el mundo entero.
Si no brilla, es oscuridad". Estos dichos, lejos de legitimizar
ninguna institución mediadora, lo que hacen es dirigirle a uno
en dirección de uno mismo, hacia la capacidad interior de uno
mismo para encontrar su dirección propia, hacia la luz de
dentro.
La convicción de la iglesia institucional se basaba en la
premisa de que Dios creó a la humanidad, y por lo tanto Dios se
diferenciaba de la humanidad en que Dios hace y la humanidad
es hecha, en que Dios es verdaderamente perfecto en todas las
cosas, omnipotente, infinito, y el hombre es una criatura
imperfecta y finita. Por esta imperfección el alma humana no
podía encontrar a Dios dentro de sí misma, sino que necesitaba
ser iluminada por la revelación divina, es decir, por medio de las
Escrituras y de la fe proclamada en la Iglesia. Sin embargo,
algunos cristianos gnósticos llegaron hasta el extremo de
afirmar que la humanidad creó a Dios y que de esta manera,
partiendo de su propio potencial interior, descubrió por sí
misma la revelación de la verdad. Por ejemplo, el gnóstico
Valentino enseñó que la humanidad misma manifiesta la vida y
la revelación divinas, y otro valentiniano afirmaba que dado que
los seres humanos crearon todo el lenguaje de expresión
religiosa, la humanidad creó el mundo divino. Para los
gnósticos en general, explorar el psiquismo se convirtió en una
búsqueda religiosa personal ante la que las instituciones
religiosas eran un obstáculo a su progreso. Si, como los
valentinianos, participaban en esas instituciones eclesiásticas
era porque las consideraban más como instrumentos para
descubrirse a sí mismos que porque pensaran que fuera de la
Iglesia no había salvación.
En segundo lugar, los gnósticos y los ortodoxos evaluaban la
condición humana de modo muy diferente. Los ortodoxos
seguían la tradicional enseñanza judía según la cual lo que
separa a la humanidad de Dios, además de la disimilitud
esencial, es el pecado. La palabra hamartia, que en el Nuevo
Testamento significa "pecado", tenía su origen en el deporte del
tiro con arco y significa literalmente "errar el blanco". Por tanto, si
el hombre padece aflicciones mentales y físicas es porque no
alcanza el objetivo moral al que apunta. Pablo advierte que son
los que pecan los que se ven privados de la gloria de Dios, y
Marcos anuncia que sólo Jesús podía ofrecer la curación y el
perdón de los pecados a los que reciben su mensaje con fe.
Los gnósticos, por el contrario, insistían en que era la
ignorancia y no el pecado lo que causa el sufrimiento de los
hombres. Valentino, por ejemplo, narra de qué manera el
mundo nació cuando la Sabiduría, madre de todos los seres, lo
sacó de su propio sufrimiento. Y en el Evangelio de la verdad se
lee: "La ignorancia [...] produjo angustia y terror. Y la angustia se
hizo sólida como una niebla, de forma que nadie podía ver. Por
esta razón el error es poderoso ...". Este mismo evangelio
califica la existencia del que se halla en el error de pesadilla en
la que se experimenta "terror y confusión e inestabilidad y duda
y división". La ignorancia de uno mismo es una forma de
autodestrucción. El psiquismo lleva dentro de sí, por tanto, el
potencial para la liberación o la destrucción. Según el Evangelio
de Tomás: "Si sacas lo que está dentro de ti, lo que saques te
salvará. Si no sacas lo que está dentro de ti, lo que no saques
te destruirá". Esa toma de conciencia llega gradualmente a
través del esfuerzo, "reconoce lo que está ante tus ojos y lo que
está oculto te será revelado", y coloca a la persona en una
situación de soledad difícil, pues tiene que luchar contra
resistencias internas poderosas. Esta resistencia a la gnosis la
caracterizaban como el deseo de dormir o estar borracho, es
decir, de permanecer inconsciente. Tanto el Evangelio de
Tomás, como las Enseñanzas del maestro Silvano de Nag
Hammadi alientan a sus seguidores a salir de la borrachera y
del sueño de la inconsciencia a la luminosidad del
conocimiento.
Los cristianismos ortodoxos se ocupaban mucho más que los
gnósticos de sus relaciones con otras personas. Si los
gnósticos insistían en que la experiencia del mal vivida
originalmente por la humanidad entrañaba la aflicción
emocional interna, los ortodoxos explicaban, recordando a Adán
y Eva, que la humanidad descubrió el mal en la violación
humana del orden natural, que era esencialmente bueno, por el
pecado. El cristianismo institucional interpretaba por tanto el
mal en términos de violencia contra los demás, hasta el punto
de que se revisó el código mosaico, que prohibe la violación
física de los demás (el asesinato, el robo, el adulterio), para
llegar a prohibir incluso la violencia mental y emocional (la ira, la
lujuria, el odio).
En tercer lugar, la liberación gnóstica se realizaba a través de la
transformación interna de la conciencia, mientras que la
liberación cristiana institucional acontecía a través de hechos
reales de la historia. La mayoría de las fuentes gnósticas
coinciden en que la "lámpara" del cuerpo es la mente. Por
ejemplo Silvano, el maestro, dice: "Introducid a vuestro guía y a
vuestro maestro. La mente es el guía, pero la razón es el
maestro", "vivid de acuerdo con vuestra mente", "adquirid fuerza,
pues la mente es fuerte", "iluminad vuestra mente", "encended
la lámpara dentro de vosotros". Para hacerlo, Silvano exhorta:
"Llamad a vosotros mismos como si fuerais una puerta y
caminad sobre vosotros mismos como sobre un camino recto.
Porque si camináis por el camino, es imposible que os
extraviéis", "abriros la puerta a vosotros mismos para que
podáis saber qué es", "abráis lo que abráis para vosotros,
abierto estará". El Evangelio de Tomás usa el concepto de reino
no como un hecho real esperado en la historia, sino como
símbolo del estado de conciencia transformada: "el Reino está
dentro de vosotros y está fuera de vosotros. Cuando lleguéis a
conoceros a vosotros mismos, entonces seréis conocidos y os
daréis cuenta de que sois los hijos del Padre que vive. Pero si
no os conocéis a vosotros mismos, entonces moráis en la
pobreza y vosotros sois esa pobreza". Sin embargo, la idea de
que el Reino de Dios se hace real en la historia es el concepto
de reino que los evangelios sinópticos del Nuevo Testamento
atribuyen con mayor frecuencia a Jesús. Según Mateo, Lucas y
Marcos, Jesús proclamó la llegada del Reino de Dios, momento
en que los cautivos obtendrán su libertad, los enfermos
sanarán, los oprimidos serán liberados y la armonía
prevalecerá sobre el mundo entero.
En cuarto lugar, mientras que para los cristianos ortodoxos
Jesús era realmente el Señor, con soberanía y superioridad
propias de Hijo de Dios, para buena parte de los gnósticos
Jesús fue reconocido simplemente como maestro y director
espiritual; es decir, la aceptación de su autoridad consistía en
aprender a superar la necesidad de la misma, de modo que al
alcanzar la madurez ya no necesitara ninguna autoridad externa.
De este modo, el que en un principio ocupaba el lugar de
discípulo se reconoce posteriormente a sí mismo como el
hermano gemelo de Jesús. Para el Evangelio de Tomás, Jesús
rehusó dar validez a la experiencia que los discípulos debían
descubrir por sí mismos: "Ellos le dijeron: ’Dinos quién eres
para que podamos creer en ti’. Él les dijo: ’Leéis la faz del cielo y
de la tierra, pero no habéis reconocido al que está ante vosotros
y no sabéis cómo leer este momento’’. En el Diálogo del
Salvador, quien se conoce a sí mismo ha visto el lugar de la
vida y la luz pura, y quien busca la verdad es también el que la
revela. Por ello, para el gnóstico, el discípulo que llegue a
conocerse a sí mismo puede descubrir lo que ni el propio
Jesús es capaz de enseñar, ya que como dice el Testimonio de
la verdad el gnóstico se convierte en discípulo de su propia
mente y descubre que su propia mente es el padre de la verdad.
En quinto lugar, aquellos gnósticos que concebían la gnosis
como una experiencia subjetiva e inmediata se ocupaban sobre
todo del significado interno de los acontecimientos, mientras
que para el cristianismo ortodoxo el destino humano dependía
de los hechos de la historia de la salvación: la historia de Israel,
especialmente los profetas, y la venida real, vida, muerte y
resurrección de Cristo. Para la mayoría de los gnósticos el
cumplimiento de las predicciones proféticas era intrascendente,
ya que veían los acontecimientos reales como secundarios. Por
ello muchos gnósticos sentían auténtica fascinación por el
significado no literal del lenguaje, ya que trataban de
comprender la cualidad interna de la experiencia y no su
significado real. Valentino cuenta cómo todas las cosas tienen
su origen en "la profundidad", el "abismo", o dicho en términos
psicoanalíticos, en el inconsciente. De esa profundidad surgen
la Mente y la Verdad y de ellas, a su vez, la Palabra (Logos) y la
Vida. Y fue la palabra la que dio el ser a la humanidad. El autor
del Evangelio de Felipe dice que "la verdad dio existencia a
nombres en el mundo porque sin nombres no es posible
enseñarla". Pero la verdad debe ir envuelta en símbolos: "La
verdad no llegó al mundo desnuda, sino que vino vestida con
tipos e imágenes. Uno no recibirá la verdad de ninguna otra
manera". Este maestro gnóstico critica a los que confunden el
lenguaje religioso con un lenguaje literal, haciendo profesión de
fe en Dios, en Cristo, en l

Gnosis-4-

Gnosis, gnósticos y gnosticismo. -IV-
Clasificación de la gnosis.
Los apologistas cristianos mencionaron una gran multitud de
sectas gnósticas acerca de las cuales es imposible determinar
si corresponden a distintos grupos o son simplemente
denominaciones distintas de los mismos grupos: los ofitas, los
naasenos, los peratas, los setianos, los cainitas, los
simonianos, los severianos, los Adeptos de la Madre, los
barbelitas y los elkesaítas. San Hipólito y Epifanio mencionan
además a adamitas, borborios, codeos, zaqueos, estratiotas,
fibionitas, hipitianos, levíticos, eutiquitas, haimatitas, babilonios,
estotianos, noaquitas, arcónticos, antitactos o antinomistas,
prodicianos, docetas, valesios, angélicos y origenianos.
Aunque es díficil clasificar y categorizar esta auténtica selva y
mezcolanza de nombres, hacerlo es inevitable tarea del
investigador. Por ello José Ferrater Mora ha distinguido entre
tres tipos de gnosis: la gnosis "mágico-vulgar", la gnosis
"mitológica" y la gnosis "especulativa". Aunque hay
considerables diferencias entre las tres gnosis, algunos de los
temas de cada una pueden relacionarse con otros temas de las
restantes. Así, hay rasgos mágicos en la gnosis especulativa y
sobre todo en la mitológica, y rasgos mitológicos en la
especulativa y rasgos especulativos en la mitológica. Además,
estas dos últimas tienen características comunes, como la
tendencia a describir el cosmos mediante imágenes
entresacadas y motivos orientales, principalmente bíblicos, y
griegos, principalmente míticos; la suposición de que hay dos
polos, el positivo y el negativo, o el bien y el mal, entre los
cuales se mueve el alma; y la creencia en la posibilidad de
operar mediante ritos o mediante el pensamiento sobre el
proceso cósmico.
En primer lugar se encuentra la gnosis mágico-vulgar, que
habría sido propagada especialmente por Simón el Mago, de
Samaria. Es el Simón que predicaba a los samaritanos
mediante prácticas mágicas y al cual se refieren los Hechos de
los Apóstoles. Simón el Mago aparece bajo el aspecto de un
predicador mágico-religioso, pero a la vez se encuentran en él
(según testimonios de San Ireneo y San Hipólito) tendencias a
una especie de gnosis mágico-mitológica, por cuanto no
solamente predicaba la existencia de una fuerza infinita, que era
el Espíritu de Dios, sino que considera tal fuerza como el origen
y la raíz secretos del universo. Estas últimas tendencias fueron
acentuadas por otros gnósticos, como el discípulo de Simón,
Menandro, y Saturnilo de Antioquía.
En segundo lugar, según Ferrater, se encuentra la gnosis
mitológica. De origen oriental, se hallaba representada por
sectas como la de los mandeos, partidarios de poseer
conocimiento o mandayya; la secta de los barbelognósticos o
Adeptos de la Madre, que admitían la existencia de un principio
femenino o Primera Mujer como tercer principio de una tríada
fundamental, la cual incluía, además, como primer principio, el
Absoluto, Padre, Luz o Primer Hombre, y como segundo
principio el Segundo Hombre, o el Hijo del Hombre. Ofitas y
barbelognósticos ofrecían rasgos muy semejantes en el
desarrollo de sus ontologías; en ellas aparecía la Sabiduría
como fuerza femenina creada por la Primera Mujer, fuerza que
daba origen a una serie de criaturas y de donde resultaba
finalmente una ogdóada formada por ella misma y sus siete
hijos. Finalmente, se originaba una lucha entre la Sabiduría
(representante del Bien) y los demonios creados por Laldabaoz
(representante del Mal), de la cual resultaba vencedora la
primera y conseguía del Absoluto que enviara a la Tierra a
Jesucristo.
En tercer lugar se encuentra la gnosis especulativa. Ésta puede
ser considerada en parte como un desarrollo de la gnosis
mitológica con auxilio de los conceptos de la filosofía griega.
Los principales representantes de la gnosis especulativa
serían, según Ferrater, Basílides, Carpócrates, Valentino y
Marción. Como algunos elementos de las concepciones de
este último pasaron al resto de la gnosis especulativa, puede
describirse ésta mediante una serie de características
comunes como el apoyo en un dualismo entre el Dios malo (el
demiurgo creador del mundo y del hombre, identificado muchas
veces con el Dios del Antiguo Testamento) y el Dios bueno,
revelado por Jesucristo; o la consideración de que la redención
del hombre por Cristo es precisamente la obra de la revelación,
de que en ella consiste propiamente la gnosis y sólo por ella
podrá el hombre desprenderse de la materia y del mal en que
se halla sumergido y ascender hasta la pura espiritualidad de
Dios. Pero el ascenso a Dios no será el resultado de un
primado del ser sobre el no ser, sino la consecuencia de una
lucha dramática entre el Dios del mal y el Dios de la bondad en
la que vence finalmente este último.
El gnosticismo presupone la impotencia del Dios creador para
ser plenamente bueno, y de ahí su fracaso en la creación, al
colocar frente a él como algo esencialmente preexistente y
resistente a la materia que, sin embargo, no consigue quede
plasmada debidamente. El carácter dramático del proceso del
universo es explicado por una continua producción de eones
que simbolizan las fuerzas esenciales. Pero esta serie de
producciones no desencadena aún el drama; éste surge por el
deseo de Sophia de conocer la naturaleza del Primer Abismo. El
afán de conocimiento es el primer indicio de una rebelión que
constituye el motivo del proceso dramático y también el motivo
principal del intento de restablecer una situación originaria, un
Orden esencial o Pléroma. Poco a poco se fue acentuando el
dualismo de los gnósticos hasta llegar a ser éste una de las
principales características de la gnosis. Este dualismo gnóstico
se distinguió del dualismo maniqueo en que en aquél el drama
del universo ya estaba previamente resuelto por la mayor
potencia y realidad del Principio bueno y superior.
No obstante el interés de la clasificación de Ferrater Mora, de
utilidad en muchos aspectos, puede considerarse más
completa y actual la realizada por José Monserrat Torrents, que
sostiene que las dos grandes manifestaciones de la gnosis
son la gnosis judaica y la gnosis cristiana. Ambas no pueden
ser comprendidas si no es a partir de su contextualización
dentro de sus respectivas tradiciones, libros e instituciones: la
sinagoga y el Antiguo Testamento para la gnosis judáica, y la
Iglesia cristiana y el Nuevo Testamento para la gnosis cristiana.
La gnosis judaica.
El contexto de la gnosis judaica.
El contexto de la gnosis judaica es el del conjunto de grupos
religiosos que aceptaban como única escritura sagrada la
Biblia de los hebreos, cualesquiera que fueran sus ulteriores
elementos diferenciales, como pudieron ser las tradiciones
orales o escritas, las tendencias exegéticas, las influencias
helenísticas, el anticultualismo, el antinomismo y el
mesianismo. Los documentos literarios principales de este
judaísmo fueron los escritos esenios y de las sectas de
Damasco, Filón, Flavio Josefo, la apocalíptica y los apócrifos
veterotestamentarios, el corpus cristiano que más tarde fue
declarado canónico, otros escritos cristianos y parte de los
Oráculos Sibilinos. Esta consideración unitaria del judaísmo de
los dos primeros siglos de nuestra era hace que no puedan
separarse los documentos que los cristianos consideran la
protohistoria de su Iglesia agrupados bajo el título de Nuevo
Testamento. Durante todo el siglo I el cristianismo fue una
secta, y no precisamente uniforme, del judaísmo y del Nuevo
Testamento, que como escritura de la nueva religión no aparece
hasta entrado el siglo II. Según Baron, la ruptura social entre la
sinagoga y los cristianos no comenzó a producirse hasta finales
del siglo I, y no fue un proceso instantáneo, sino que se
prolongó hasta después del año 135.
De acuerdo con el testimonio de Tertuliano, durante el siglo II
hubo todavía en los poderes públicos una cierta confusión entre
judíos y cristianos, debido a que muchos grupos de la nueva
religión se ampararon en los privilegios legales de la sinagoga
hasta el año 135. El judaísmo fue una de las comunidades más
beneficiadas de la tolerancia del Imperio romano respecto a los
grupos religiosos y, por ello, gozó de considerable autonomía
desde el punto de vista político y administrativo. El
antipoliteísmo de la religión hebraica, con su elevada
concepción de la unicidad de Dios, atrajo muchos adeptos
hacia la sinagoga, que fueron aceptados bajo un doble estatuto:
los prosélitos y los metuentes. Los prosélitos eran los que,
habiéndose circuncidado, se integraban plenamente. Los
metuentes, los "temerosos de Dios", eran los que veneraban a
Yahvé sin someterse a todos los preceptos de la Ley. Lo judío
llegó a ponerse de moda en Roma hasta tal punto que, según
parece, había en esta ciudad a mediados del siglo I trece
sinagogas. Pero el pueblo judío estuvo en realidad
profundamente dividido doctrinal e institucionalmente. Al viejo
cisma de los samaritanos se fueron añadiendo
automarginaciones, como la de los esenios, la Comunidad de
la Nueva Alianza o los cristianos. En Pastina polemizaron las
sectas de los fariseos, los saduceos y los zelotas. En la
diáspora, los israelitas se abrieron al helenismo, al
sincretismo, a la magia o, según Filón, abandonaron
simplemente toda observancia.
 
La gnosis judaica.
La gnosis judaica consistió precisamente en la exégesis del
Antiguo Testamento que adaptó los dogmas bíblicos a las
categorías del pensamiento helenístico, principalmente
platónico, y especialmente en la cosmología, con apertura hacia
la teodicea y la antropología. Aunque este movimiento se inicia
en el siglo I, y a través de la mística talmúdica enlaza con el
esoterismo judío medieval, interesa en este momento examinar
las manifestaciones de la gnosis judaica lindantes con el
gnosticismo cristiano. La exégesis versa fundamentalmente
sobre los primeros capítulos del Génesis y, por su misma
naturaleza, esta enseñanza se dirige a una minoría, por lo que
responde a la definición convencional de "gnosis". El origen de
esta gnosis judaica está principialmente en las tensiones que
dieron lugar a la progresiva separación de las ramas en las que
se bifurcó el judaísmo ya desde los tiempos del exilio: la
tendencia escatológico-mesiánica, que desembocó en la
apocalíptica del siglo I, y el movimiento de interiorización de la
Ley. El movimiento de interiorización de la Ley, que tuvo como
principales representantes a los fariseos, se caracterizaba por
interesarse por el individuo más que por la comunidad, por
insistir en el cumplimiento de la Ley más que en el culto y por
oponer la sinagoga al Templo y el sabio al sacerdote. Esta
corriente experimentó una gran influencia del estoicismo y del
platonismo. La destrucción del Templo en el año 70 contribuyó
a crispar las actitudes, acentuándose a partir de ahí el dualismo
subyacente en la aceptación de las categorías platónicas. Este
dualismo mantuvo un carácter escatológico en los grupos
apocalípticos, pero que se hizo cosmológico entre los
elementos más helenizados de la corriente rabínica, de modo
que el mundo y la divinidad se distanciaron progresivamente y
el espacio intermedio se pobló de genios tomados de la
angelología y la demonología irano-mesopotámicas. La gnosis
judaica representa los aspectos más especulativos de esta
evolución doctrinal.
Dentro de esta gnosis, y en su refrencia a la gnosis cristiana, el
grupo más radical es el de los que establecían la distinción
entre el Dios supremo y el creador. En él se delinean dos
posturas: la de los que describen al Dios creador con trazos
relativamente benignos (Cerinto, el Libro de Baruc de San
Justino) y la de los que describen al creador o creadores con
trazos malévolos (los simonianos y Menandro). A éstos últimos
habría que añadir un grupo de escritos de Nag-Hammadi, tales
como la Hipótesis de los Arcontes y el Tratado sobre el origen
del mundo, que tienen las características propias de la gnosis
judaica pero que son bastante más tardíos.
En primer lugar están, por tanto, los que describen al Dios
creador con trazos benignos, como Cerinto. Según San
Epifanio, provenía de la comunidad judía de Alejandría y durante
el tiempo de la predicación de los apóstoles cristianos pasó a
Palestina y luego al Asia Menor. Se adhirió a la secta cristiana
sin abandonar la observancia judaica, oponiéndose al
antinomismo de la cristiandad paulina. San Ireneo habla de una
secta de los cerintianos, muy afín a los ebionitas, y Genadio, en
el siglo V, todavía los menciona. Una tradición que se
remontaría a Policarpo narra un encuentro casual de Cerinto y
San Juan en las termas de Éfeso. Según San Jerónimo,
escribió San Juan el cuarto evangelio y sus epístolas, aunque
San Hipólito menciona escritos de Cerinto sobre el cuarto
evangelio y el Apocalipsis. No se conocen escritos cerintianos.
La importancia de Cerinto radica en el hecho de que fue, con
toda probabilidad, el primer teólogo judío que enseñó la
distinción entre el Dios supremo y el Dios creador. Según San
Ireneo, enseñaba que el mundo no había sido hecho por el
Dios supremo, sino por una virtud inferior que ignoraba su
existencia. Jesucristo había sido hijo de José y María, y se
distinguió entre todos los hombres por su sabiduría y
prudencia. En el momento del bautismo, la virtud suprema hizo
descender sobre Él a Cristo en forma de paloma, por lo cual
hizo milagros y reveló a los hombres el Dios desconocido.
Cristo volvió al cielo en el momento de la pasión. Jesús padeció
y resucitó. Eusebio le atribuye el milenarismo.
También el Libro de Baruc pertenece a este grupo. Este escrito
viene reseñado por San Hipólito en el libro V de la Refutatio y es
atribuido a un tal Justino, personaje absolutamente
desconocido por otras fuentes. Para José Monserrat, su
doctrina debe adscribirse a la gnosis judaica y no al
gnosticismo, ya que falta totalmente la tesis de "la centella
divina presente en el hombre" y la figura del Salvador queda
reducida a la de un mero profeta. La mayor parte del tratado
consiste en una exégesis alegórica de los primeros capítulos
del Génesis. El tercer representante de esta tendencia de la
gnosis judáica es un tal Dositeo, al que Hegesipo menciona
entre los cinco fundadores de sectas palestinenses y del que
Orígenes afirma que se proclamó mesías e insistió en la
observancia del sábado. Las Homilías Pseudoclementinas lo
consideran samaritano, discípulo de San Juan Bautista y
maestro de Simón, al que sucedió en la jefatura de la secta.
El segundo grupo de la gnosis judaica, el de los que describen
al creador o creadores con trazos malévolos, tiene como su
principal representante a Simón el Mago, que vivió hacia el año
40. La tradición heresiológica iniciada por San Ireneo presenta
a Simón el Mago como el primer antepasado de la herejía
valentiniana, fundador de una secta y autor de escritos que
contienen un sistema teológico heterodoxo tanto respecto al
judaísmo como respecto al cristianismo episcopal. Hay tres
fuentes de información sobre Simón el Mago: los Hechos de los
Apóstoles, el apologista San Justino y San Ireneo y San Hipólito.
La noticia más antigua la ofrecen los Hechos de los Apóstoles
(cap. 8, 9 ss.): cuando llegó a Samaria el diácono Felipe
encontró a un tal Simón, que ejercía la magia. Grandes y
pequeños le seguían, diciendo: "Éste es el poder de Dios, el
gran Poder". Se convirtió y fue bautizado. Pero cuando llegaron
los apóstoles Pedro y Juan pretendió comprarles el don de
hacer milagros, por lo cual fue maldecido por Pedro. Se trata
probablemente de una información tendenciosa destinada a
reajustar la figura histórica de Simón, que desarrollaba su
proselitismo en el entorno geográfico y religioso de Samaria,
para colocarla por debajo de Jesús, como se había hecho ya
con San Juan Bautista. El carácter mágico de su actividad
podría ser una difamación de sus competidores, aunque la
frecuencia de las prácticas mágicas en el judaísmo de la época
no hace inverosímil tal atribución. El libro de los Hechos
permite, sin embargo, constatar el dato de que en la época de
su redacción (a finales del siglo I) Simón recibía culto como
Dios. Su título divino era "la gran Potencia". No puede saberse
si fue él mismo quien se atribuyó este título o lo hicieron
posteriormente sus seguidores, pero es importante anotar que
el hecho revela la existencia de profetas que se
autoproclamaban dioses, según informa Celso. La constatación
del culto a Simón es de enorme relevancia para la historia del
cristianismo primitivo: Jesús no sería el único profeta o líder
religioso divinizado por sus seguidores.
El segundo testimonio de la tradición simoniana es el que
proporciona el apologista San Justino. De sus noticias se
deduce que Simón recibía culto de latría como protos theós,
"Dios Primero", título sincréticamente asociado a Zeus. No
consta explícitamente que Simón fuera adorado como Zeus,
pero la suposición es también en este caso plausible, pues en
el monte Garizim, en Samaria, hubo un templo consagrado a
Zeus en la época premacabea; por otra parte, Celso se hace
eco de los diversos nombres de Zeus en la religión sincretista
de la época, y entre ellos se hallan los de Adonai y Sabaot;
finalmente, se sabe que un culto sincretista judío veneraba a
Zeus Hypsistos. San Justino hace referencia además a una
acompañante de Simón, Helena, a la que había sacado de un
prostíbulo. El personaje pretende ser histórico y, al igual que
Simón, pasó un proceso de demonización: los simonianos la
llamaron "primer pensamiento" del dios Simón. La tradición
acerca de su estancia en el prostíbulo es altamente
significativa, pues deja entrever toda una especulación acerca
de la caída del "primer pensamiento" y su salvación por Simón.
El tercer momento de la tradición simoniana viene dado por el
sistema o los sistemas doctrinales descritos por San Ireneo y
San Hipólito (mediados del siglo II). Según San Ireneo,
basándose probablemente en el perdido Syntagma de San
Justino y en otra fuente distinta no identificada, el sistema se
desarrollaba a partir de los datos anteriores referentes a la
figura de Helena, identificada con Elena de Troya: los ángeles
se apoderaron de Ennoia y la encerraron en un cuerpo de
mujer. Una de sus encarnaciones fue Elena, mujer de Menelao,
y otra posterior Helena, la mujer de Simón. El conjunto de ideas
transmitido por San Ireneo configura un sistema teológico en el
que la doctrina trinitaria es modalista, el ciclo de la Sabiduría es
confuso y su angelología es típicamente tardojudáica. El
testimonio de San Hipólito tiene dos partes diferentes. Una
reproduce parte de un escrito atribuido a Simón, la Apóphasis
Megále. La atribución de esta obra a la secta siminiana es
discutida: Frickel cree que San Hipólito reproduce una
paráfrasis de la Apóphasis y ésta sería un escrito fundamental
de la gnosis; Salles-Dabadie opina que la Apóphasis
representa una gnosis arcaica, sin conexión alguna con el
grupo valentiniano; ni Beyschlag ni Ludeman aceptan adscribir
la obra a los simonianos. Para José Monsarrat, la Apóphasis
representa una variante dentro de la tradición teológica
simoniana, que debió de ser rica y diversa. La Apóphasis sería
un escrito canónico de la secta, y la paráfrasis reproducida por
San Hipólito un comentario exegético del mismo. El segundo
bloque de la noticia de San Hipólito se basa, en parte, en San
Ireneo y, en parte, probablemente, en el Syntagma del propio
San Hipólito. Beyschlag cree poder identificar cinco pasajes del
Syntagma insertos en el capítulo que Epifanio dedica a Simón.
Meneandro de Capparetta (que vivió hacia el año 70) fue otro
representante de esta gnosis judaica y uno de los discípulos
samaritanos de Simón, que ejerció su actividad en Antioquía. Se
le atribuye la práctica de artes mágicas y la administración de
un bautismo que confería la inmortalidad. Se presentaba a sí
mismo como salvador, afirmaba la trascendencia de Dios y
atribuía la creación a los ángeles.

Gnosis-5-

Gnosis, gnósticos y gnosticismo. -V-
El gnosticismo cristiano del siglo II.
El contexto del gnosticismo cristiano del siglo II.
El contexto de la gnosis cristiana, sobre todo en su escuela
más importante, los valentinianos, era el de las comunidades
cristianas en Alejandría, en Roma, en Lyón o en África.
Heresiólogos como San Ireneo decían que los valentinianos
pregonaban "pensar como nosotros" y "decir las mismas cosas
y sostener las mismas doctrinas", por lo que no querían ser
denominados herejes, sino más bien "eclesiásticos diferentes"
frente a los "eclesiásticos comunes". Según Tertuliano, los
valentinianos afirmaban mantener la fe común y, según
Orígenes, los gnósticos se autodenominaban eclesiásticos. La
teología de los gnósticos, por tanto, se basaba en una exégesis
alegórica del Nuevo Testamento y se ocupaba de las mismas
cuestiones doctrinales que las grandes especulaciones de los
siglos II y III: la Trinidad, la creación, la divinización del hombre,
la redención, el nacimiento virginal, la crucifixión, la Iglesia, el fin
del mundo.
Es a este gnosticismo cristiano del siglo II al que hay que llamar
propiamente gnosticismo si se está de acuerdo con las
categorías historiográficas acordadas en Mesina. Sin embargo,
como ha señalado José Monserrat Torrents, deben tratarse
también otras sectas como los marcionitas y la de
Hermógenes, que, sin cumplir todos los requisitos para ser
declaradas plenamente gnósticas, están tan adheridas al
gnosticismo que no pueden separarse de él sin grave
tergiversación histórica. La razón está en que las fuentes casi
exclusivas para el conocimiento del gnosticismo del siglo II son
los heresiólogos eclesiásticos, es decir, los oponentes de los
gnósticos, como San Ireneo y San Hipólito. El interés que
subyace a su indagación es desvelar el sistema especulativo
anticristiano que se esconde bajo las apariencias de la
ortodoxia, y ello les lleva a prescindir de todo aquello que no
tenga un carácter especulativo y sistemático. Por ello hay que
tener en cuenta que el gnosticismo sistematizado por los
heresiólogos no es todo el gnosticismo, sino sólo su vertiente
especulativa y esotérica.
 
Caracteres del gnosticismo cristiano del siglo II.
Aunque el gnosticismo nazca dentro del contexto eclesial
cristiano, su originalidad está fuera de toda duda. El
cristianismo anterior al concilio de Nicea es doctrinalmente muy
variado. Los obispos impusieron su autoridad en el terreno de
la disciplina eclesiástica, pero en los litigios doctrinales faltó un
criterio seguro de ortodoxia. De ahí que mientras que los
gnósticos se mantuvieron muy próximos a la gran Iglesia en
teología trinitaria, discreparon en doctrinas sobre la creación, el
Antiguo Testamento, la antropología y a la cristología, aunque
dentro del marco de la revelación neotestamentaria. Para ellos
se trataba simplemente de profundizar en el sentido del texto
revelado.
La originalidad de la vía gnóstica depende de dos factores
generales: una profundización en la exégesis
veterotestamentaria, ya iniciada por la gnosis judaica, y una
mayor apertura hacia el helenismo, en particular hacia el
platonismo. Respecto al primer factor, los gnósticos no
enseñaron un rechazo total del Antiguo Testamento, sino que se
mantuvieron equidistantes entre Marción, que lo rechazaba de
lleno, y la Iglesia episcopal, que lo aceptaba como Sagrada
Escritura. Es un hecho que todas las noticias acerca de los
gnósticos presentan citas del Antiguo Testamento, sobre todo
del Génesis, y que los escritos de sectas gnósticas como los
naasenos, peratas, setianos u ofitas están constituidos por
comentarios exegéticos de los primeros capítulos del Génesis.
Incluso en el valentinismo, que se basa en la exégesis del
Nuevo Testamento, hay significativas secciones de
interpretación alegórica del Antiguo. A través de una exégesis
alegórica, inspirada en Filón pero mucho más radical, los
gnósticos veían en el Génesis la generación de las hipóstasis
divinas, la degradación del pneuma, su inserción en el alma del
hombre y la obra del Demiurgo.
El segundo factor que caracteriza el gnosticismo cristiano es el
uso que hace del platonismo, y sobre todo del Timeo de Platón,
como mediación en la exégesis de la Escritura. Desde
mediados del siglo I a.C., la filosofía platónica vuelve a florecer
en el mundo helenístico en estrecha alianza con el
neopitagorismo. Se considera a Antíoco de Ascalona (150-68
a.C.) artífice de este resurgimiento, seguido, en el siglo I d.C.,
por Eudoro y Plutarco. El denominado "platonismo medio" tuvo
su mejor momento en el siglo II con Albino, Apuleyo, Máximo de
Tiro y Numenio de Apamea. La corriente neopitagórica estuvo
representada, principalmente, por Nicómaco de Gerasa y
Moderato de Gades. El influjo del platonismo fue decisivo para
la irrupción en el siglo II de la primera teología cristiana
después del paulinismo. El platonismo cristiano tuvo dos
versiones: la de los apologistas y la de los gnósticos. Ambas
teologías constituyen interpretaciones divergentes de la misma
tradición religiosa. La primera, representada sobre todo por San
Justino, intentó verter el cristianismo en moldes platónicos
respetando la letra de la Escritura cristiana. La segunda,
representada sobre todo por los valentinianos, pretendió
adecuar el dato neotestamentario a una estructura filosófica de
carácter platónico mediante la exégesis alegórica, y logró un
sistema filosófico-teológico completo y consistente,
estructurado sobre los conceptos fundamentales del
platonismo tardío. Este sistema de los valentinianos consistió
en: la defensa de las tres hipóstasis divinas (el Sumo
Trascendente, el Intelecto y el Alma); la interpretación monísta
de los tres principios metafísicos (Dios, forma y materia); la
afirmación de un dualismo cosmológico, consistente en la
radical diferencia entre el mundo superior (Pléroma) y el inferior
(Kénoma), con un espacio intermedio que participa de ambos
(ogdóada, "círculo de los fijos"), y un dualismo antropológico
que no estaba limitado al tema del alma-cuerpo, sino que
incluía también la distinción entre alma superior y alma inferior;
y, finalmente, una cosmogonía, la operación del Demiurgo con
las formas superiores y la intervención de demiurgos inferiores.
Los rótulos gnósticos.
No es posible la clasificación de las llamadas por los
heresiárcas "sectas" o "escuelas" gnósticas tomando como
base los datos históricos, cronológicos o geográficos, dada la
precariedad informativa de las fuentes. Siguiendo a José
Monserrat Torrents, que toma como criterio la actitud ante la
exégesis de los textos sagrados, pueden dividirse las
denominaciones gnósticas cristianas del siglo II en dos
grandes grupos: los que se basan principalmente en una
exégesis del Antiguo Testamento y los que parten sobre todo de
una exégesis del Nuevo Testamento.
En primer lugar están los nombres que se basan en una
exégesis del Antiguo Testamento. Aunque resulta lógico
conectar a este grupo de la exégesis cristiana con la gnosis
judaica no hay un engarce específico y general, sino que dentro
del fenómeno general del paso del judaísmo al cristianismo
cada denominación gnóstica tiene su propio punto de sutura
con el judaísmo, y esto es lo que hay que elucidar en cada caso.
La rama de los satornilianos, mencionados por San Justino en
su Diálogo, fue fundada por Satornilo, que fue discípulo de
Meneandro, enseñó en Antioquía durante el reinado de Adriano
(117-138) y vivió de cerca la revuelta de Bar Kochba y la definitiva
destrucción de Jerusalén (135). Satornilo sostuvo la radical
distinción entre el Dios supremo y el creador, Dios de los
judíos, descrito con trazos muy negativos. Con esto se enfrentó
al judaísmo ortodoxo y a los judeocristianos, uno de cuyos
principales centros fue precisamente Antioquía. La cosmogonía
y la antropogonía satornilianas se basan en una exégesis de
los primeros capítulos del Génesis y su angelología debe
mucho a la apocalíptica. Se conoce su núcleo doctrinal
fundamental por las referencias de San Ireneo y San Hipólito.
Desde toda la eternidad existe el Dios Padre, ser supremo,
incognoscible, inefable, que creó los ángeles, los arcángeles,
las virtudes y las potestades. Uno de estos ángeles es el Yahvé
de los judíos. Frente al reino de Dios está el del demonio, el
cual domina sobre la materia. Los ángeles crearon el mundo
visible y el hombre conforme a una imagen resplandeciente de
Dios. Pero sólo pudieron verla un momento, y por eso realizaron
una obra imperfecta. El hombre hecho por los ángeles era
incapaz de tenerse en pie, y se arrastraba por el suelo como un
gusano. Dios se compadeció, por cuanto que tenía algo de
imagen suya, y le envió una chispa de vida, con lo cual se
perfeccionó, se levantó y comenzó a vivir. Esta chispa divina
retornará a Dios después de la muerte. Los ángeles y Yahvé se
rebelaron contra Dios, el cual, para vencerlos y romper los
vínculos de la ley judía, envió al Salvador (Nous), que tomó un
cuerpo aparente (docetismo). Hay dos clases de hombres, los
buenos y los malos. Los buenos son aquéllos en quienes
existe la centella de vida divina y a quienes vino a salvar el
Salvador, a tiempo que destruía a los malos y a los demonios.
Unas profecías proceden de los ángeles y otras de los
demonios.
Los barbelognósticos son aludidos por San Ireneo, pero
parecen desconocidos para San Hipólito, Clemente de
Alejandría, Orígenes y Tertuliano. Epifanio, Teodoreto y Filastrio
les otorgaron gran importancia. Epifanio, en particular, describe
con morosidad la doctrina y los ritos de unos sectarios
alejandrinos a los que designa gnósticos, entre cuyos grupos
se hallaban los borborianos, los barbelitas y otros. La
inspiración, directa o indirecta, en el Antiguo Testamento y la
irrelevancia de los temas neotestamentarios hacen que los
escritos barbelognósticos sean excelentes testimonios del
grupo de denominaciones gnósticas basadas en una exégesis
del Antiguo Testamento, orientada hacia el cristianismo.
Los ofitas son otro grupo importante. Los heresiólogos revelan
la existencia de sectas cristianas que atribuían a la serpiente
una importante función doctrinal o le rendían culto: los ofitas de
Celso, los (auténticos) ofitas de San Ireneo, los naasenos y los
peratas de San Hipólito, los ofitas del pseudo-Tertuliano, de
Epifanio y de Filastrio. Otras muchas sectas, mencionadas
sobre todo por los heresiólogos del siglo IV en adelante, aluden
a la serpiente sin otorgarle aún una función doctrinal relevante.
Aunque entre ambos grupos la mayoría de las nominaciones
gnósticas de segundo orden hacen un hueco a la serpiente, en
este momento hay que referirse únicamente a los grupos
ofíticos del siglo II. Según se desprende de las noticias
conjuntas de Celso y de Orígenes, los ofitas eran un grupo
gnóstico cristiano cuyo sistema especulativo se basaba en una
interpretación alegórica del Antiguo Testamento, con algunas
contaminaciones valentinianas. Veneraban a la serpiente del
Paraíso por haberse enfrentado con el Dios de la creación
mosaica; su angelología remitía al esoterismo apocalíptico,
especulaban sobre las dos Iglesias (celestial y terrena) y creían
en la resurrección de la carne. Los ofitas, por tanto, podían ser
un grupo alejandrino que profesaba un sincretismo típicamente
egipcio, mezcla de judaísmo, magia y cristianismo, con algún
toque platónico mediatizado quizás por el hermetismo.
Los naasenos tomaron su nombre del hebreo nahas
("serpiente"), y son los más exaltados dentro del ofitismo, ya
que veneran a la serpiente en templos y la ponen como
principio cosmogónico absoluto. Su atributo es el bien y su obra
la belleza. Para describir la operación de la serpiente-bien en el
ser humano, los naasenos recurren a una ingeniosa alegoría
de los cuatro ríos del Paraíso. Relacionaban el "agua sobre el
firmamento" de la que habla el Génesis (1, 2) con el "agua viva"
del Evangelio de Juan (4,10-14) y otros pasajes del mismo
Evangelio, para terminar proclamándose los únicos cristianos.
Se trata pues de una secta rigurosamente cristiana que articula
todavía su especulación en torno al Antiguo Testamento. De
hecho, es el primero de los cuatro grupos reseñados por San
Hipólito en su libro V, y que tienen en común la exégesis de los
primeros capítulos del Génesis.
Los peratas habían sido fundados, según San Hipólito, por
Eufrates el Perata (mencionado por Orígenes en conexión con
los ofitas) y Celbes o Aquembes de Caristios, personaje
desconocido por otras fuentes. El sobrenombre de "perata"
(peratikós) es explicado por el mismo San Hipólito como
derivado de peráo, "rebasar (la corrupción)". San Hipólito
sugiere haber reunido toda una biblioteca perática y cita en
concreto una obra titulada Los alcaides hasta el éter. Los
peratas parten de una exégesis del Antiguo Testamento, cuyos
pasos principales son los primeros versículos del Génesis
(sobre todo, los referentes a las aguas), el paso del Mar Rojo y
la serpiente del desierto, convertida en punto central de su
alegoría cristiana. El sistema es de neto corte platónico medio y
aparece ornamentado con brillantes disquisiciones
astrológicas.
Los setianos son una secta que estudió San Hipólito en su libro
V y que tiene poco que ver con la mencionada por Pseudo-
Tertuliano y Epifanio. El nombre de "setianos" no queda
justificado en la recensión de San Hipólito, por más que incluya
una rápida alusión a la tríada Caín, Abel y Set, y les atribuya una
Paráfrasis de Set; para San Hipólito, los setianos son unos
simples plagiarios de los antiguos teólogos griegos, en
particular de Orfeo. El sistema setiano se basa en una exégesis
alegórica del Pentateuco, con particular énfasis en los pasajes
cosmogónicos del Génesis. Las citas del Nuevo Testamento
son escasas, aunque el carácter cristiano de la secta no deja
lugar a dudas. La serpiente es una alegoría del Demiurgo y
también el disfraz bajo el que el Logos penetra en el seno de la
virgen. Filosóficamente, el documento de los setianos es
ecléctico, inspirado en el dualismo cosmológico-platónico, con
superficiales elementos aristotélicos y estoicos.
Los cainitas o caïanoí son el último grupo al que San Ireneo se
refiere al terminar el repertorio de herejías de su libro I. El
Pseudo-Tertuliano, Epifanio y Filastrio amplían la información
de San Ireneo. Los cainitas representan un caso extremo de
oposición al Dios del Antiguo Testamento. Sin embargo, se
fundan en una exégesis muy peculiar pero literal de la historia
veterotestamentaria. San Ireneo les adscribe un Evangelio de
Judas, y Epifanio un apócrifo paulino.
En segundo lugar están las nominaciones gnósticas basadas
en una exégesis del Nuevo Testamento. Estos grupos se
caracterizan por una dependencia directa de los textos
neotestamentarios. La cosmogonía y la antropogonía derivadas
de la exégesis del Génesis son rebasadas. Los pasajes
neotestamentarios de apoyo son el prólogo del Evangelio de
Juan y la narración del bautismo de Jesús, pero la exégesis
gnóstica cubre prácticamente todos los escritos del Nuevo
Testamento. Teológicamente, el desarrollo de la doctrina
trinitaria supone una diferencia radical respecto a la
especulación judaica. Sus principales representantes son
Basílides, Valentino, Ptolomeo, Heracleón, Florino, Secundo,
Teódoto, Axiónico, Marcos, Bardesanes, Teotino, los gnosticoí,
los docetas, Carpócrates, Epífanes, Taciano, Cerdón, Marción y
Hermógenes.
Basílides fue, según Epifanio, discípulo de Menandro y
condiscípulo de Satornilo en Antioquía. Sin embargo, no se
sabe de ninguna prédica suya fuera de Egipto. Su actividad se
sitúa en el período del emperador Adriano (117-138) y Antonino
Pío (158-161), según la información comúnmente aceptada de
Clemente de Alejandría. Basílides, que se proclamaba discípulo
de Glaucias, que fue a su vez discípulo de Pedro, y que
pretendía disponer de una enseñanza secreta procedente
directamente del apóstol Matías, predicó en Alejandría y en otras
ciudades episcopales del Delta del Nilo, como Atribis y Sais.
Sais había sido un centro religioso importante, donde se
celebraban los misterios de Osiris con una velada nocturna
durante la cual se iluminaban las casas con antorchas. Los
seguidores de Basílides cambiaron pronto la orientación de su
doctrina admitiendo toda clase de especulaciones
cosmológicas y transformaron la intuición del germen
primigenio en un grosero culto espermático.
Sobre sus obras hay que decir que Orígenes, Ambrosio y
Jerónimo le atribuyeron un Evangelio según Basílides. Por
diversos indicios puede deducirse que no se trataba de un
evangelio original, sino de una edición del Evangelio de Lucas
distinta de la utilizada por las Iglesias episcopales. En el siglo II
el Evangelio de Lucas era el más ampliamente aceptado entre
las comunidades cristianas, aunque el texto no era idéntico en
todas partes. Lo que sí escribió Basílides fue un Comentario al
evangelio, en veinticuatro libros. Se trata probablemente de una
explicación de su propia edición de Lucas. Clemente de
Alejandría y Hegemonio reproducen algunos fragmentos de la
obra, que es la primera que se conoce en su género. De los
Salmos u Odas de Basílides mencionados por Orígenes y del
Fragmento Muratoriano no queda absolutamente nada. Su hijo y
discípulo Isidoro compuso por lo menos tres obras, citadas por
Clemente de Alejandría: Comentario al profeta Pascor, Ética y
Sobre el alma adventicia. Sólo se conservan unos breves
pasajes recogidos por Clemente.
La fuente más directa para el conocimiento de la doctrina de
Basílides e Isidoro es precisamente Clemente de Alejandría. En
sus Stromata reproduce algunas citas literales. Además,
Clemente alude a diversas tesis basilidianas y suministra
interesantes noticias sobre la época de la actividad del
heresiarca y sobre la celebración del bautismo de Jesús entre
los fieles de la secta, a lo que cabe añadir dos breves
referencias en los Excerpta ex Theodoto. Orígenes menciona a
Basílides sólo en tres ocasiones, con referencia a su Evangelio
y a la doctrina de la metensomátosis. La recensión de la
"Herejía 24" del Panarion de Epifanio es un pastiche del
Syntagma de San Hipólito y de la exposición ireneana. Las
recesiones de Filastrio y Teodoreto de Ciro beben en las
mismas fuentes que Epifanio, sin aportar ni un solo
complemento de información. La más extensa y completa
reseña de la doctrina de Basílides se halla en la Refutatio de
San Hipólito. A partir de la intención del autor de relacionar los
diversos sistemas gnósticos con alguna de las escuelas
filosóficas de la antigüedad, señala cómo en el caso de
Basílides el inspirador sería Aristóteles, y San Hipólito lo
demuestra aduciendo un resumen de las doctrinas aristotélicas
en las que se inspiró. El valor de la reseña hipolitiana ha sido
ampliamente discutido. Para algunos autores, se trata de la
auténtica enseñanza basilidiana. Para otros, la doctrina
expuesta no es la de Basílides, sino un basilidianismo
evolucionado. Para José Monserrat, la noticia de la Refutatio es
una relación bastante fiel de la cosmogonía y la soteriología
basilidianas.
Para San Ireneo, Basílides intenta explicar el origen del universo
en una cosmología emanatista a partir de una doble
preocupación por la cuestión del origen del mal, tanto moral
como físico; se esfuerza en eximir a Dios de toda
responsabilidad y manifiesta una profunda aspiración
soteriológica. En el principio existía el Padre ingénito, del cual,
por un proceso de emanación, nació nus, de éste el logos, y de
éste phrónesis. De phrónesis procede una pareja de eones:
sophía y dynamis. De estos, a su vez, procedieron las virtudes,
los principados y los ángeles, que fabricaron el primer cielo. De
éstos se derivaron otros ángeles, que hicieron un segundo cielo
a semejanza del primero, y así sucesivamente hasta completar
el número de 365, que corresponde a otros tantos días del año
y que se representa por la palabra mágica Abraxas, cuyas letras
sumadas dan por resultado 365. Los ángeles pertenecientes al
último cielo, que es el que ven los hombres, formaron el mundo
terrestre. Su jefe es el Dios de los judíos. Pero, habiendo
querido éste someter todas las naciones a su pueblo
predilecto, los demás ángeles se le opusieron. Entonces el
Padre ingénito, para evitar la perdición de las gentes, envió a su
primogénito Nus, que fue llamado Cristo, para que libertase a
los que creyeran en él. Nus apareció en forma de hombre, pero
no sufrió la pasión, porque Simón Cireneo llevó la cruz y fue
sacrificado en vez de Cristo. Este tomó la apariencia de Simón,
burlando a sus perseguidores y subiendo de nuevo al cielo
Caulacau. Jesús fue enviado al mundo para destruir la obra de
los ángeles prevaricadores. Pero los que creen que fue
realmente crucificado y muerto son todavía siervos. Los que, por
el contrario, creen que no murió, sino que ascendió al Padre,
consiguen la liberación del alma, que es la única que se salva,
pues el cuerpo está destinado a la corrupción.
San Hipólito atribuye a Basílides un sistema más complicado
que Guillermo Fraile ha resumido del modo siguiente. La
realidad aparece dividida en dos sectores: el mundo
hipercósmico y el estereoma. El mundo hipercósmico es el
mundo del No-ser principio de todas las cosas. Hubo un tiempo
en que no existía nada. Solamente existía el No-ser. Este No-
ser no tenía ideas, ni reflexión, ni pasiones, ni deseos, ni
voluntad. Era inengendrado, incomprensible, innominable. Pero
a la vez era el principio de todas las cosas. En él se contenían
los gérmenes de todos los seres como en un inmenso granero
o como el tronco, las raíces y las hojas en la semilla de las
plantas, o como las especies en el género. El dios No-ser quiso
crear el mundo. De esa voluntad procedieron tres filiaciones
distintas, pero consustanciales con Dios. La primera era
simple. Apenas brotó del No-ser, retornó a su primer principio,
como un rayo de luz que se refleja sobre el foco que lo produce.
La segunda era compuesta y más pesada. No siendo capaz de
volver por sí misma al No-ser, tomó unas alas de Espíritu Santo,
y con su ayuda pudo también retornar al primer principio. Pero el
Espíritu Santo, por ser de distinta naturaleza, no pudo retornar a
Dios, y permaneció en el umbral del No-ser. La tercera quedó
aprisionada en el cúmulo de los gérmenes del universo, que
son la fuente, el principio y el fin de todos los seres parciales, y
allí permaneció esperando la purificación para poder retornar al
primer principio.
Debajo del mundo hipercósmico está el estereoma, cerrado
herméticamente por el firmamento, esfera sólida que lo aísla
del universo inferior. El Espíritu Santo había ayudado a retornar
a la segunda filiación, pero él mismo no había podido hacerlo.
Entonces se dividió y engendró al gran arconte, cabeza del
mundo, hermosísimo y potentísimo, el cual, en medio del
silencio que reinaba debajo del firmamento, olvidó su origen y
se creyó que era el ser supremo. Pero se cansó de su soledad,
y para llenarla engendró, a su vez, un hijo también bellísimo al
que hizo sentar a su derecha. Así resultó la ogdóada. El gran
arconte, ayudado por su hijo, organizó el mundo de los seres
celestes y etéreos, introduciendo en ellos el orden y la armonía.
A su vez, del semillero inicial, agitado por la tercera filiación que
había quedado sumergida en él, salió otro segundo arconte, el
cual engendró otro hijo y lo hizo sentar a su diestra, quedando
constituida la hebdómada, que corresponde a los siete
planetas. En el último cielo, que es el de la luna, reside el Yahvé
de los judíos, que era un ambicioso y, para aumentar su
territorio, creó la tierra y los hombres. Durante mucho tiempo la
ogdóada y la hebdómada reinaron cada una en su región
respectiva. El arconte de la hebdómada fue el que habló a
Moisés y le dijo: "Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob", pero no le dijo el nombre del Dios superior. De esta
manera, todo el universo estaba en desorden y pecado, y
reclamaba una redención. Para realizarla, la primera filiación,
sin descender de lo alto y sin separarse del dios No-ser, se dio
a conocer al gran arconte por medio de su hijo, bajo el nombre
de Evangelio. El gran arconte se dio cuenta de su error y
reconoció al No-ser como superior, confesando su pecado de
soberbia. Así quedó iluminada la ogdóada. El hijo del gran
arconte comunicó el Evangelio al segundo arconte, que también
reconoció su error y se arrepintió, con lo que quedó también
iluminada la hebdómada. La revelación prosiguió
transmitiéndose a través de los 365 cielos, y todo volvió a
quedar en orden. Pero faltaban la tierra y los hombres, y para
comunicarles el Evangelio descendió de la hebdómada una luz
milagrosa sobre Jesús, hijo de María, por obra del cual quedó
también redimida la tercera filiación, y todo el universo recuperó
el orden al reconocer la realidad del primer No-ser. Jesús
padeció y murió, pero sólo en apariencia, pues la Pasión sólo le
afectó en su cuerpo material.